LOPEZ REGA, de MARCELO LARRAQUY, leido en 2014
Peron y la guerrilla: Durante todo 1956, la construcción política de Perón fue la venganza: su objetivo era hacer crecer el odio del pueblo contra el gobierno militar y promover el caos hasta derribarlo.
En esos años, había depositado su fe en John William Cooke, el más joven, aguerrido y también rebelde diputado que tuvo en el Congreso, y al que designó como su heredero en caso de muerte, y lo puso al frente del plan de insurrección popular en Argentina.
Entre otras cosas le decía a Cooke que: “el pueblo tiene que hacer guerra de guerrillas, que la resistencia se caracteriza por la suma de todas las acciones, la suma de pequeñas violencias cometidas cuando nadie nos ve y nadie puede reprimirnos representa en su conjunto una gran violencia por la suma de sus partes; debemos organizarnos concienzudamente en la clandestinidad, instruir y preparar nuestra gente para los fines que nos proponemos, agruparnos en organizaciones disciplinadas y bien encuadradas por dirigentes capaces, audaces y decididos que sean respetados y obedecidos por la masa; planificar minuciosamente la acción y preparar adecuadamente la ejecución mediante ejercitaciones permanentes; si para ello es menester utilizar al Diablo, recurriremos al Diablo oportunamente; para esto el Diablo siempre está preparado.
En términos personales, la situación del ex presidente Perón era ruinosa: el Ejército la había retirado grados y honores; un libro “Negro” preparado por la Revolución Libertadora difundía las “atrocidades” de su gobierno; las causas judiciales en su contra se multiplicaban y la justicia pidió su extradición para ser juzgado por “traición a la patria y asociación ilícita”. La causa más ignominiosa sin embargo, lo acusaba de ser un dictador sin moral, alegando que en sus últimos 3 años en la Presidencia, había convivido con una colegiala de 14 años perteneciente a la UES, en el Palacio Unzué.
“El odio y el deseo de venganza ya sobrepasaron todos los límites tolerables hasta por nosotros mismos. Frente a tanta infamia y espíritu criminal, yo dejé Buenos Aires sin ningún odio, pero ahora, ante el recuerdo de nuestros muertos y asesinados en prisiones, torturados con el sadismo más atroz, tengo un indistinguible deseo de venganza que no puedo ocultar .
Pero la pieza clave de toda esa etapa fueron las Instrucciones Generales que hizo llegar a los peronistas de la Resistencia y comandos de exiliados para que las difundieran y aplicaran. Relataba como realizar crímenes contra sus enemigos y cómo preparar la guerra de guerrillas para el asalto final. Las Instrucciones exhibían un grado de violencia tan manifiesto, que muchos creyeron que eran apócrifas, pero él mismo se ocupó de confirmar su veracidad. Allí explicaba y el el 11 de julio de 1956 le escribió a Cooke:
“El enemigo debe verse atacado por un enemigo invisible que lo golpea en todas partes, sin que él pueda encontrarlo en ninguna; un “gorila” quedará tan muerto mediante un tiro en la cabeza como planchado por casualidad por un camión que se dio a la fuga; los bienes y las viviendas de los asesinos deben ser objeto de toda clase de destrucciones mediante el incendio, la bomba o el ataque directo; esta lucha debe ser implacable, recordando que en cada gorila que matemos está la salvación de muchos inocentes ciudadanos, que sino serán muertos por ellos. Los gorilas deben llegar a la conclusión de que el pueblo los ha condenado a muerte por sus crímenes, y que morirán tarde o temprano en manos del Pueblo; los medios para eliminarlo importan poco: hemos dicho que a las víboras se las mata de cualquier manera.-
Eleanor Freeman: Freeman era una morocha de 27 años, no muy bella pero sí muy simpática y culta. Licenciada en Administración, que había respondido rápidamente a un gesto de Perón en el lobby del hotel Washington de Colón en Panamá. A la noche, fueron a cenar a la cantina italiana Hankok, donde a Perón no le cobraban. Pasaron horas cambiando palabras y sonrisas; él le decía “la gringuita”. Al día siguiente, cuando intuyó que había ganado su confianza, la invitó a su suite en el segundo piso del hotel; ella llevó el disco del mexicano Pancho López, que tenía una canción muy de moda.
Durante todo el mes de noviembre de 1955 , y los días que pudo de diciembre, Perón la incorporó a su rutina: desayunaron y almorzaron juntos, y mientras Eleanor tomaba sol en la pileta, él daba forma final a su libro “La Fuerza de las Bestias”.
Isabel: por esa época, la ciudad de Panamá era una bacanal, estaba regada de marines, prostitutas centroamericanas, contrabandistas y espías que noche a noche se relajaban en night clubs y burdeles, para jugar con trampas y hacer el amor por casi nada. No parecía extraño que aterrizara allí un conjunto de bailarinas argentinas, para hacer su show en el Happy Land, un cabaret de la Avenida Central en el que se lucían transformistas y también se bailaba el tango.
Perón fue invitado a ver el espectáculo por el mayor Omar Torrijos, el edecán de campo que le había asignado la Guardia Nacional. El mismo jefe de la Guardia, el coronel Vallarino, le mandó decir que las bailarinas argentinas querían conocerlo. Para no ser descortés, Perón había invitado al grupo a un asado en el balneario Mar Chiquita el 24 de diciembre al mediodía; allí fue saludando a las chicas una por una, observando sus gestos y actitudes.
Una de ellas se le acercó como un pajarito curioso, y no se le despegó de su lado. Le dijo: yo le prometí a mi madre que cuando lo viera , le iba a dar un beso en su nombre y le rozó la mejilla con los labios. Resignado Perón se puso a escuchar su historia: estaba por cumplir 27 años, había nacido en La Rioja, era la menor de 5 hermanos. De pequeña, su padre, don Carmelo, que era empleado del Banco Hipotecario, la llevó a vivir a Buenos Aires; pero quedó huérfana al poco tiempo, allá por 1934. Siempre se había interesado en las artes, estudió en un conservatorio de Belgrano, cuando tocaba el piano en su casa los chicos se detenían en la avenida para escucharla. Vivía en la calle Migueletes muy cerca donde Usted vivía con Evita, en la calle Teodoro García. Eran del mismo barrio; su familia había sido peronista de la primera hora. A los 20 años entró en la Escuela Nacional de Danza del Teatro Nacional Cervantes. Ya estaba un poco grandecita, por eso se decidió por las danzas regionales y españolas; le fue bien, ganó un concurso de coristas y el prestigioso zarzuelista Faustino García la incorporó a su elenco; allí por primera vez se sintió una bailarina. Actuó en el teatro Avenida de la capital y enseguida se fueron de gira a Montevideo. Vivió con dos chicas en una pensión de la avenida 18 de julio, pero allí en 1954 había muchos contreras, exiliados que se oponían al gobierno; no le gustaba. Casi al filo, se integró a la Compañía de Ballet Español de Gustavo de Córdoba y Amalia Insaura. Con el show viajaron por Chile, Perú, Ecuador y Colombia, pero quedaron varados en Medellín; nadie los contrataba y el grupo se desmembró. Cada uno se las arregló como pudo; a ella la contactó Joe Harold, quien le prometió mucho trabajo por Centroamérica. En total eran 6 chicas, hicieron una pasada por Venezuela y acaban de llegar a Panamá; ya habían actuado en el local Bahía, pero la misma semana, Joe Harold invitó el show al dueño de Happy Land y trasladaron las funciones hacia allí.
Perón no había tenido noticias de la bailarina hasta que esta reaparició una tarde por su casa. Se estaba recuperando de una gripe virósica muy fuerte, “un trancazo”, como decían allí , y por nada del mundo quería volver al cabaret. Se largó a llorar, le dijo que Lucho Donadío, el dueño del Happy Land la presionaba para que se sentara en la mesa del coronel Vallarino y que le convenía porque era un hombre muy influyente, que le iba a solucionar cualquier problema. Pero ella no quería “hacer copas”, no había estudiado para eso, quería volver a Buenos Aires, aunque con los cinco dólares que ganaba por noche, nunca iba a ahorrar para un pasaje de avión.
Perón se anticipó a cualquier pedido: no tenía plata, eran tres en la casa y vivían con lo justo, apenas podían pagar una cocinera. Sin embargo, la terminó integrando al grupo; en principio se ocuparía de la limpieza de la casa y luego iría tomando parte de la cocina. Pascali que había dado su garantía para el alquiler de la casa se encrespó con la nueva visitante: el General seguía la línea de los escándalos: primero Nelly Rivas, luego Eleanor Friedman y ahora ni más ni menos que una bailarina de cabaret.
A los pocos días la situación se tensó, Pascali recibió un mensaje del dueño del Happy Land: o el general devolvía a Isabel o pagaba la fianza para romper el contrato que había firmado; Perón le hizo llegar 300 dólares.
Al principio pensaba que Isabel era una espía, pero luego fue cambiando de opinión. En julio de 1956, Martincho Martínez llegó con una propuesta de mudar a Perón a Venezuela.
Perón estaba otra vez sin rumbo ni residencia estable, y arrastraba la vergüenza de haberse trasladado provisoriamente a Nicaragua para no estorbar la visita a Panamá del general Aramburu, de modo que decidió partir y mientras sus colaboradores lo interiorizaban de las más insignificantes movimiento de Isabel, a su vez los funcionarios norteamericanos también lo observaban.
Isabel tenía terror de ir a Venezuela; Martincho era su peor enemigo, pero no tuvo otra alternativa que instalarse junto a él en su departamento. El anfitrión conocía el ambiente de la noche y le insistía a Perón para que la abandonara, asegurando que en su paso por Venezuela con el ballet, Isabel había alternado con algunos clientes del Paxapoga, que quedaba justo a media cuadra de donde vivían los tres.
Los colaboradores de Perón no podían entender cómo su jefe había elegido a alguien tan superficial, tan falto de vitalidad y de magia. Luego de convivir con una mujer como Evita, que ya se había transformado en el gran mito de la masa peronista, el General era realista: “yo soy viudo, tengo derecho a vivir y a mi edad no puedo andar buscando por la calle; ya que la tengo en casa…”
En relación con sus mujeres, Perón decía que Aurelia Tizón había sido el fuego que lo encendió, y Evita la llamarada, el fuego que lo incendió todo, y que también lo había quemado, y ahora en la soledad de sus 60 años, necesitaba un ladrillo caliente para que le calentara sus pies: en el exilio ese ladrillo era Isabel.
Por la bailarina Isabel, Perón descartó reiniciar su relación con Eleanor Freeman. Cuando ella lo visitó en Caracas, la joven voló sin saber si sería recibida o no, porque Perón no había dado respuesta a las cartas que ella le enviaba a sus colaboradores. Incluso en algunas, le adjuntaba recortes de los diarios de Estados Unidos donde hablaban de él. Estaba fascinada con su figura. Perón lo mandó a Gilaberte (Isaac Gilaberte, chofer de Perón) a recibirla en el aeropuerto, y Freeman se alojó en su departamento. A la mañana del día siguiente, el General la visitó, y se quedaron juntos hasta el atardecer. Ella le entregó media docena de pañuelos de seda como regalo. A los 2 días, Perón volvió a verla. Gilaberte se había ocupado de sacarla a pasear y se había encariñado con ella. La prefería 1000 veces a la bailarina, pero la elección de las sucesoras de Evita, le correspondía al General. Después de la segunda cita, Isabel se enteró de sus escapadas y le armó un escándalo que decidió a Perón a terminar la relación. Quizá haberse enterado de la presencia de la norteamericana, alimentó las sospechas del entorno respecto a la posibilidad de que estuviera en contacto con la Embajada Argentina, que le habría pasado la información. Lo cierto es que Perón vio a la norteamericana por tercera y última vez y, en vista de las complicaciones, le pidió que se fuera.
Como su jefe la había rechazado, Gilaberte se sintió con el derecho de conquistar a Freeman; algunas horas antes de su partida intentó seducirla rápido y llevarla a la cama, pero ella lo rechazó: estaba muy triste. Su amor era solo para el General.
Augusto Timoteo Vandor: cuando Frondizi intentó rehabilitar al peronismo en el proceso electoral, y la fórmula Framini-Anglada ganó la gobernación de Buenos Aires en marzo de 1962, las Fuerzas Armadas aplicaron su poder de veto, anularon la elección, lo depusieron y lo confinaron en la isla Martín García en el Río de la Plata. Pero proscribir al peronismo, anular sus triunfos y condenar a su Líder al exilio, no equivalía a eliminarlo de la vida política. Después de derrocar a Perón en 1955, las Fuerzas Armadas probaron con la represión, la persuasión, y la fragmentación, pero el peronismo se resistía a desaparecer: sobrevivía. No tanto por las acciones erráticas de sus dirigentes sometidos a las ambiguas instrucciones del General ante cada coyuntura, sino por el peso de los gremios, que se constituyeron como su aparato mejor organizado y más eficaz.
De sus filas surgiría en los albores de la década del 60, un líder poco carismático, sin discurso doctrinario, ni ideología precisa, pero con un talento indiscutible para la negociación con el gobierno y los empresarios, por su manifiesta autonomía de gestión y de acción: Augusto Timoteo Vandor, un ex obrero de Phillips, de ascendencia holandesa, comenzó a representar un peligro para la conducción de Perón. En repetidas oportunidades el General lo invitó a ponerse al frente del Movimiento, pero Vandor rechazó la propuesta porque sabía que su jefe no buscaba honrarlo, sino enfrentarlo con distintos sectores, desgastarlo en tareas internas hasta que su estrella se apagara; luego Perón, para armonizar los conflictos designaría a otro en su lugar.
Pero Vandor no necesitaba que le confirieran la autoridad; dentro del movimiento podía parar el país cuando lo decidiera, cualquier estamento corporativo debió golpear su puerta si quería alcanzar algún tipo de acuerdo con el peronismo. Con el control del dinero de las obras sociales sindicales, tenía una capacidad de acción y negociación que le permitía respaldar cualquier proyecto político, y una fuerza de choque que intimidaba y eliminaba el accionar de la oposición gremial.
El poder de la Argentina fluía hacia él, al margen de la directiva del líder. Era el poder real. La nueva identidad del peronismo, su liderazgo era tan hegemónico, que el mismo Vandor comenzó a encariñarse con la idea que hacían zumbar en sus oídos: gremialistas, militares y empresarios, políticos e incluso la embajada norteamericana: crear un partido legal que sacara al peronismo de la trampa de la exclusión, abandonando a su suerte al líder en el exilio, pero respetando su historia, su recuerdo y sus banderas.
La Logia ANAEL: Lopez Rega pidió integrarse a la logia: invitó a Urien a una cena en Suministros Gráficos, que hizo extensiva a los miembros de Anael, para festejar la edición del libro que se llamaba El Tercer Mundo en Acción, escrito por Urien. Se mostraba muy entusiasmado esa noche de noviembre de 1965. Los anaelistas fueron llegando a la imprenta; eran más de 20 hombres que promediaron los 40 y los 50 años. Cada uno de ellos cargaba una historia trágica, de heroísmo, bombas y resistencia: el capitán Jorge Morganti, que se escondió en el cementerio de la Recoleta para evitar ser asesinado en 1956 y luego escapó a Bolivia a pie; el sub-oficial de policía Julio Troxler, que había sido dado por muerto con los fusilados en el basural de José León Suárez y sin embargo había sobrevivido; el mayor de Ejército y ex edecán de Perón, Bernardo Alberte, que había protegido al presidente de las bombas en 1955; el abogado Rubén Sosa, que se había entrevistado con el Che Guevara en Cuba por orden del general, y como delegado de éste, había sido derrotado cuando intentó enfrentar a Vandor en 1963; el suboficial Héctor Sampayo, que el 4 de junio de 1943, el día que los oficiales del GOU marchaban a tomar el poder y fueron emboscados a los tiros por oficiales de la Marina, vio morir a 15 de sus camaradas, (esa tarde Perón entraría a la Escuela de Mecánica de la Armada a punta de pistola y se convertiría en el caudillo de los oficiales); el sub-oficial Juan Carlos Galardi, que tras el retiro obligado del Ejército, había instalado una agencia de turismo, y así siguieron entrando a Suministros Gráficos el nacionalista Jorge Farías Gómez, el diputado Roberto Prozac, el óptico Ernesto Dufour, el mueblero Vicente Apolonio, y por supuesto el líder de la logia el doctor (y juez) Julio César Urien.
Era una reunión de camaradería, si bien Urien había asumido la autoría intelectual del libro del Tercer Mundo en Acción, Sosa se sintió molesto, porque dijo que él también había participado en la redacción, y agregó que la Teoría de los Vórtices Magnéticos de la Triple A le pertenecía. Esto encrespó los ánimos hasta el punto de que en medio de la cena se decidió dirimir la Jefatura de la logia mediante una votación. Urien fue ratificado.
Lopez Rega, Basile y Carlos Mugica: el plan de construcción de viviendas representó para López Rega la idea fuerza de su accionar ministerial. Lo puso a la cabeza del proyecto a Juan Carlos Basile. Se planificó la construcción de medio millón de viviendas en el término de 2 años: el 60% quedaba a cargo del Estado y el 40% restante en manos de empresas privadas. Esto implicaría la erradicación de las villas de emergencia.
López Rega había prometido transformar cada una de ellas en una Ciudad Jardín, y en ese marco le ofreció participar del proyecto al padre Carlos Mugica; el sacerdote se sumó al trabajo como asesor ad honorem, pero se opuso a trasladar a los villeros a un complejo de viviendas. Prefería construir casas sobre la misma villa de Retiro. Al cabo de un tiempo, las diferencias en este punto obligaron a Mugica a renunciar al trabajo en el Ministerio.
El Plan Condor y Villar: Alberto Villar, comisario retirado de la Policía Federal, tenía una visión internacionalista para la aniquilación del marxismo y la guerrilla, llamados “los enemigos internos” de acuerdo a la Doctrina de la Seguridad Nacional. Por ese motivo, todavía como subjefe policial, estableció un acuerdo secreto con los organismos de seguridad de Bolivia, Uruguay y Chile para perseguir a los refugiados de esos países que escapaban de la represión militar. El acuerdo facultaba a los policías extranjeros para actuar ilegalmente en Argentina contra los exiliados. Creaba una central de informaciones con una base de datos de militantes de izquierda, sumaba agregadurías legales o especialistas en la lucha antinarcóticos en las embajadas para tareas de espionaje, etcétera.
De este modo, a través del Departamento de Asuntos Extranjeros (DAE), de la Policía Federal Argentina, empezó a colaborar en forma activa con las dictaduras del Cono Sur en un anticipo de lo que luego se conocería como el Plan Cóndor. Los efectos de esta política represiva se precisarían en el curso de 1974, cuando aparecieron decenas de cadáveres de exiliados que durante el gobierno peronista habían buscado refugio en Argentina.
Una de las víctimas de este plan fue el general chileno Carlos Prats, que, paradójicamente, trabajaba en una empresa de la que Gelbard era accionista y que hasta el mismo verano del año de su asesinato intercambiaba afectuosas cartas con Perón.
El 1 de mayo de 1974. Los imberbes: ese día, desde temprano, los servicios de inteligencia habían pintado las paredes del centro de Buenos Aires con consignas contra Perón e Isabel, a los que acusaban de “vendidos y traidores” y colocaron la firma de Montoneros. Lopez Rega llevó la noticia de las pintadas a oídos de Perón. Por la tarde, el ambiente se fue calentando.
En el interior de la Casa de Gobierno, cuando encaró hacia el balcón, Perón estaba desorbitado, con la cara hinchada, roja de furia, y los Montoneros abajo, en la Plaza de Mayo tampoco se mostraban dispuestos a tranquilizarlo. Demoraron el comienzo del discurso presidencial durante 9 minutos, al grito de: “el pueblo te lo pide queremos la cabeza de Villar y Margaride”. Para salir del paso, Isabel coronó a la Reina del Trabajo; luego la columna de Montoneros, que ocupaba la mitad de la plaza, la defenestró por omisión “Evita hay una sola” y lanzaron como un bramido un grito de incomprensión: “que pasa general que está lleno de gorilas el gobierno popular”
En su alocución, Perón los trató de “estúpidos e imberbes” y rescató la historia de las organizaciones sindicales. LLamó a sus dirigentes “sabios y prudentes”, y rindió homenaje a los sindicalistas asesinados, “sin que todavía haya sonado el escarmiento”.
Apenas comenzaron los insultos, los Montoneros empezaron a retirarse frente a la vista de la otra mitad de la plaza, ocupada por los gremios ortodoxos que gritaba “Argentina a”
Perón quiso cambiar la línea de su sucesión: En la percepción de su muerte, Perón pensó que no era su esposa quien debía sucederlo en la presidencia, sino Ricardo Balbín, el jefe de la Unión Cívica Radical. Sin embargo, el problema para que asumiera Balbín, era de orden legal, dado que no estaba en la fórmula presidencial ni en la línea sucesoria. . Por tal motivo habló Perón con el secretario legal y técnico, para que le preparara un esquema institucional que liberara a Isabel de la responsabilidad de ejercer la primera magistratura. Lo hacía pensando en el bien del país y también en el de su esposa.
Hay dos sólidas versiones – que pese a sus diferencias parciales – conducen a la misma idea: en su lecho de enfermo, Perón, a sus 78 años, intentó torcer la línea de sucesión. Esta idea, que provocó sorpresa y escozor en el ministro López Rega, lamentablemente no logró concretarse.
Relaciones íntimas entre Isabel y Lopez Rega: la supuesta relación íntima entre López Rega e Isabel era un asunto de interés en las conversaciones del personal doméstico de la residencia presidencial. Ninguna tenía pruebas directas de que tuvieran alguna otra vinculación que no fuese la espiritual y afectiva, pero atribuían valor de evidencia a los rastros azulinos de la tintura del pelo – que Isabel utilizaba para taparse las canas -, que las muchachas que tendían las camas, solían encontrar tanto en la almohada de su dormitorio, como en la almohada del dormitorio del Ministro. Otro elemento que alimentaba esa creencia, era el hecho de que en los viajes y durante muchos años , Isabel y López se alojaban en habitaciones que tenían alguna puerta que las conectaba internamente. También otorgaban valor indiciario a los celos de López Rega, cuando después de algún asado en el quincho de la residencia, miraba a la presidenta que se paseaba en traje de baño al borde de la piscina y comentaba: isabelita y Pedro Eladio Vázquez están muy juntos; eso no le gustaba.
Los hermanos Cortina, de España, y Lopez Rega: cuando Antonio Cortina le comunicó a López Rega que el Estado español ya no podía protegerlo, López Rega sintió que el mundo se le venía encima. Entonces en nombre de la hermandad masónica universal, pidió la protección de Licio Gelli para que intercediera ante el Ministerio de la Gobernación e hiciera pesar su pasado de camisa negra italiano que combatió al lado de Franco en la Guerra Civil Española.
Gelli solicitó una reunión urgente con Fraga Iribarne, con la participación de Antonio Cortina. La opinión de éste era que López Rega debía irse de España inmediatamente.- Aún así le traía dos buenas noticias: la primera que Fraga Iribarne la había conseguido 8 días de plazo para que organizara su salida.
“Al noveno día te detiene la policía, ya no podemos cubrirte mas”, le explicó Cortina.
La segunda era que los servicios secretos españoles le facilitarían un pasaporte para irse legalmente de España.
Los hermanos Antonio y José Luis Cortina están retirados , viven en España. A José Luis Cortina que siguió trabajando en el CESIC, sigla de los servicios de inteligencia españoles, algunas veces se lo mencionó por su presunta participación en el fracasado golpe de Estado del coronel Antonio Tejero en febrero de 1981. Sin embargo, jamás se sentó en el banquillo de los acusados, quizás por su cercanía al rey Juan Carlos. Continuó siendo el número dos del servicio de inteligencia militar español hasta su jubilación. Su hermano Antonio Cortina fue parte de la trama civil del fallido golpe, que habría elaborado la lista de los hombres del Gobierno de salvación nacional que asumiría el poder.
La conexión con López Rega y Perón no fue la única relación de la familia Cortina con la Argentina. Otro hermano de la familia, Alfonso Cortina fue titular de la petroquímica española Repsol que compró la petrolera estatal YPF.