EN AGOSTO NOS VEMOS, de Gabriel Garcia Márquez (póstumo)
Como las calles de Calcuta (o de Dhaca): los bazares tumultuosos del mercado público, que desde niña tuvo como muy suyos, y donde apenas la semana anterior había estado de compras con su hija sin el menor sobresalto, la estremecieron como las calles de Calcuta, donde las cuadrillas de basureros golpeaban con bastones los cuerpos tendidos en los andenes al amanecer, para saber cuáles estaban dormidos y cuáles muertos. En la rotonda de la independencia vio la estatua ecuestre del Libertador, inaugurada 30 años antes, y solo aquel día se dio cuenta de que el caballo estaba encabritado y la espada esgrimida contra el cielo.
Cuando una mujer se va: él saltó confundido. ¿qué ha pasado? – tengo que irme, dijo ella, la champaña no es mi fuerte. El propuso otros programas inocentes, sin saber quizss, que cuando una mujer se va, no hay poder humano ni divino que la detenga. Por fin se rindió.
Ultima palabra: qué carajo! dijo ella todos los hombres son iguales, una mierda!. El tuvo que tragarse la rabia; habría dado todo por aniquilarla con una réplica mortal, pero la vida le había enseñado que cuando una mujer dice su última palabra, todas las demás sobran, así que no volvieron a hablar de eso ni entonces ni nunca jamás.
Las dudas: el marido, a fuerza de ser un fanático de su oficio al mismo tiempo que un coqueto empedernido, había terminado por ser un huésped casual en su cama. Para ella en cambio, la paradoja más extraña era comprobar cómo iba perdiendo la ilusión de la isla, por la falta de un hombre seguro entre los muy casuales que había probado en sus noches escasas.
Su mayor ansiedad, sin embargo, no eran las dudas de la fidelidad del marido, sino el pavor de que éste tuviera un pálpito de lo que ella hacía en la isla con sus noches contadas. Por lo mismo le hacía muy pocos comentarios de sus viajes anuales para que no se le ocurriera acompañarla, o, por no suscitarle alguna duda de hombre, que son las menos fáciles pero las más certeras.