LIBRO HISTORIA DEL SIGLO XX de ERIC HOBSBAWM – Leido durante la pandemia de 2020
Lanzamiento de las bombas atómicas: la justificación de lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 no fue que era indispensable para conseguir la victoria, para entonces absolutamente segura, sino que era un medio de salvar vidas de soldados estadounidenses; pero es posible que uno de los argumentos que indujo a los gobernantes de los Estados Unidos a adoptar la decisión fue el deseo de impedir que su aliado, la Unión Soviética, reclamara un botín importante tras la derrota de Japón.
No a la URSS: luego del fin de la Primera Guerra Mundial, en cuanto a la Unión Soviéti, los países vencedores habrían preferido que no existiera. Apoyaron a los ejércitos de la contrarrevolución en la guerra civil rusa y enviaron fuerzas militares para apoyarles, y posteriormente no mostraron entusiasmo por reconocer su supervivencia. Los empresarios de los países europeos rechazaron las ventajosas ofertas que hizo Lenin a los inversores extranjeros en un desesperado intento de conseguir la recuperación de una economía destruida casi por completo por el conflicto mundial, la revolución y la guerra civil. La Rusia soviética se vio obligada a avanzar por la senda del desarrollo en aislamiento, aunque por razones políticas los Estados proscritos de Europa, la Rusia soviética y Alemania se aproximaron en los primeros años de la década de 1920.
Entrada de Japón y USA en la II Guerra: en cualquier caso la opinión pública estadounidense consideraba el Pacífico (no así Europa) como escenario normal de intervención de los Estados Unidos, consideración que también se extendía a América Latina. El “aislacionismo” de los Estados Unidos solo se aplicaba en relación con Europa. De hecho fue el embargo occidental, es decir, estadounidense, del comercio japonés y la congelación de los activos japoneses, lo que obligó a Japón a entrar en acción para evitar el rápido estrangulamiento de su economía que dependía totalmente de las importaciones oceánicas. La apuesta de Japón era peligrosa y en definitiva resultaría suicida. Japón aprovechó tal vez la única oportunidad para establecer con rapidez su imperio meridional, pero como eso exigía la inmovilización de la flota estadounidense, única fuerza que podía intervenir, significó también que los Estados Unidos con sus recursos y sus fuerzas abrumadoramente superiores entrarán inmediatamente en la guerra. Era imposible que Japón pudiera salir victorioso de este conflicto.
Gravísimo error de Hitler: el misterio es porque Hitler, que ya estaba haciendo un esfuerzo supremo en Rusia, declaró gratuitamente la guerra a los Estados Unidos dando al Gobierno de Roosevelt la posibilidad de entrar en la guerra europea al lado de los británicos, sin tener que afrontar una encarnizada oposición política en el interior. Sin duda a los ojos de las autoridades de Washington la Alemania nazi era un peligro mucho más grave o al menos mucho más general para la posición de los Estados Unidos – y para el mundo – que Japón. Por ello decidieron concentrar sus recursos en el triunfo de la guerra contra Alemania antes que contra Japón. Fue una decisión correcta. Fueron necesarios 3 años y medio para derrotar a Alemania, después de lo cual la rendición de Japón se obtuvo en el plazo de 3 meses. No existe una explicación plausible para la locura de Hitler, aunque es sabido que subestimó por completo y de forma persistente la capacidad de acción y el potencial económico y tecnológico de los Estados Unidos porque estaba convencido de que las democracias estaban incapacitadas para la acción. La única democracia a la que respetaba era la de Gran Bretaña de la que opinaba correctamente que no era plenamente democrática.
impresiona la economía soviética: entre 1929 y 1940 la producción industrial se multiplicó al menos por 3 en la Unión Soviética, cuya participación en la producción mundial de productos manufactureros pasó del 5 por 100 en 1929 al 18 por 100 en 1938, mientras que durante el mismo período la cuota conjunta de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia disminuyó del 59 al 52% del total mundial. Además en la Unión Soviética no existía desempleo. Estos logros impresionaron a los observadores extranjeros de todas las ideologías, incluido el reducido pero influyente flujo de turistas que visitó Moscú entre 1931 y 1935, más que la tosquedad e ineficiencia de la economía soviética y que la crueldad y la brutalidad de la colectivización y de la represión generalizada efectuada por Stalin. En efecto, lo que les importaba realmente no era el fenómeno de la URSS, sino el hundimiento de su propio sistema económico, la profundidad de la crisis del capitalismo occidental iniciada en 1929. ¿Cuál es el secreto del sistema soviético? ¿Podía extraerse alguna enseñanza de su funcionamiento a raíz de los planes quinquenales de Rusia? los términos plan y planificación estaban en boca de todos los políticos.
Hegemonía de Estados Unidos: En 1913 Los Estados Unidos eran la mayor economía del mundo con la tercera parte de la producción industrial, algo menos de la suma total de lo que producían conjuntamente Alemania Gran Bretaña y Francia. En 1929 produjeron más de 42% de la producción mundial frente a algo menos del 28 por 100 de las 3 potencias industriales europeas. Es una cifra realmente asombrosa. Concretamente en el período comprendido entre 1913 y 1920 mientras la producción de acero aumentó un 25% en los Estados Unidos, en el resto del mundo disminuyó un tercio. En resumen al terminar la Primera Guerra Mundial, el predominio de la economía estadounidense en el escenario internacional era tan claro como el que conseguiría después de la Segunda Guerra Mundial. Fue la Gran Depresión la que interrumpió temporalmente esa situación hegemónica.
Economias liberales y Keynes a partir de 1933: en 1933 no era fácil aceptar, por ejemplo, que donde la demanda del consumidor y por ende el consumo caían, el tipo de interés descendería cuanto fuera necesario para estimular la inversión de nuevo , de forma que la mayor demanda de inversiones compensase el descenso de la demanda del consumidor. A medida que aumentaba vertiginosamente el desempleo, resultaba difícil de creer – como al parecer lo creían los responsables del erario británico – que las Obras Públicas no aumentarían el empleo, porque el dinero invertido se detraería al sector privado que de haber podido disponer de él habría generado el mismo nivel de empleo. Tampoco parecían hacer nada por mejorar la situación los economistas que afirmaban que había que dejar que la economía siguiera su curso y los gobiernos cuyo primer instinto además de proteger el patrón oro mediante política deflacionaria, les llevaba a aplicar la ortodoxia financiera al equilibrar los presupuestos y reducir gastos de hecho, mientras la depresión económica continuaba. Muchos – entre ellos JM Keynes – que sería el economista más influyente durante los 40 años siguientes, afirmaban que con esto no hacían sino empeorar las cosas. Para aquellos de nosotros que vivimos los años de la Gran Depresión, todavía resulta incomprensible que la ortodoxia del mercado libre, tan patentemente desacreditada, haya podido presidir nuevamente un período general de depresión a finales de los años 80 y comienzos de los 90, en el que se ha mostrado igualmente incapaz de aportar las soluciones. Este extraño fenómeno debe servir para recordarnos un gran hecho histórico que ilustra la increíble falta de memoria de los teóricos y prácticos de la economía. Es también una clara ilustración de la necesidad que la sociedad tiene de los historiadores que son “los recordadores” profesionales de los que sus conciudadanos desean olvidar.
Surgimiento y consolidación del fascismo gracias a Alemania: Sin ningún género de dudas fue la Gran Depresión la que transformó a Hitler de un fenómeno de la política marginal en el posible y luego real dominador de Alemania. Ahora bien ni siquiera la Gran Depresión habría dado al fascismo la fuerza y la influencia que poseyó en los años 30 si no hubiera llevado al poder un movimiento de este tipo en Alemania, un estado destinado por su tamaño, su potencial económico y militar y su posición geográfica a desempeñar un papel político de primer orden en Europa con cualquier forma de Gobierno . Al fin y al cabo la derrota total en dos guerras mundiales no ha impedido que Alemania llegue al final del siglo 20 siendo el país dominante del continente. De la misma manera que en la izquierda la victoria de Marx en el más extenso estado del planeta (1/6 parte de la superficie del mundo, cómo se jactaban los comunistas en el periodo de entreguerras), dio al comunismo una importante presencia internacional incluso en un momento en que su fuerza política fuera de la Unión Soviética era insignificante.
La conquista del poder en Alemania por Hitler pareció confirmar el éxito de la Italia de Mussolini e hizo del fascismo un poderoso movimiento político de alcance mundial. La política de expansión militarista agresiva que practicaron con éxito ambos Estados, reforzado por la de Japón, dominó la política internacional del decenio. Era natural por tanto que una serie de países o de movimientos se sintieran atraídos, influídos por el fascismo, que buscaron el apoyo de Alemania e Italia y dado el expansionismo de esos dos países que frecuentemente los obtuviera.
El fascismo en América Latina: fue en América Latina donde la influencia del fascismo europeo resultó abierta y reconocida tanto sobre personajes como el colombiano Jorge Eliecer Gaitán o el argentino Juan Domingo Perón, como sobre regímenes como el Estado Novo (nuevo estado) brasileño de Getulio Vargas de 1937 a 1945.
De hecho y a pesar de los infundados temores de Estados Unidos de verse asediado por el nazismo del sur, la principal repercusión del influjo fascista en América Latina fue de carácter interno. Aparte de Argentina que apoyó claramente al Eje tanto antes como después de que Perón ocupará el poder en 1943, los gobiernos del hemisferio occidental participaron en la guerra al lado de Estados Unidos, al menos en forma nominal. Es cierto, sin embargo, que en algunos países sudamericanos, el Ejército había sido organizado según el sistema alemán o entrenado por cuadros alemanes o incluso nazis.
En España gana el Frente Popular: los liberales bienintencionados anticlericales y masónicos al estilo decimonónico propio de los países latinos que reemplazaron en el poder a los Borbones mediante una revolución pacífica en 1931, ni pudieron contener la agitación social de los más pobres, ni desactivarla mediante reformas sociales efectivas (especialmente agrarias).
En 1933 fueron sustituidos por unos gobernantes conservadores cuya política de represión de las agitaciones y las insurrecciones locales – como el levantamiento de los mineros de Asturias en 1934 – contribuyó a aumentar la presión revolucionaria. Fue en esa época cuando la izquierda española descubrió la fórmula del frente populista de la Comintern, a la que se le instaba desde la vecina Francia. La idea de que todos los partidos constituyeran un único frente electoral contra la derecha fue bien recibida por una izquierda que no sabía muy bien qué rumbo seguir. Incluso los anarquistas, que tenían en España su último bastión de masas, pidieron a sus seguidores que practicaran el vicio burgués de votar en unas elecciones que hasta entonces habían rechazado como algo indigno de un revolucionario genuino, aunque ningún anarquista se rebajó hasta el punto de presentarse como candidato.
En febrero de 1936, el Frente Popular triunfó en las elecciones por una pequeña mayoría y gracias a su coordinación consiguió una importante mayoría de escaños en las Cortes. Esa victoria no fue tanto la ocasión de instaurar un Gobierno eficaz de la izquierda, como una fisura a través de la cual comenzó a derramarse la lava acumulada del descontento social, eso se hizo patente durante los meses siguientes.
Los “gladios”: la historia de los movimientos europeos de resistencia es en gran medida mitológica, pues, salvo en alguna medida Alemania, la legitimidad de los regímenes y gobiernos de posguerra se cimentó fundamentalmente en su participación en la resistencia. Francia es el caso extremo porque en ese país no existió una continuidad real entre los gobiernos posteriores a la liberación y el de 1940 que había firmado la paz y había colaborado con los alemanes, y porque la resistencia armada organizada apenas tuvo importancia hasta 1944 y obtuvo escaso apoyo popular. La Francia de la posguerra fue reconstruida por el general De Gaulle sobre la base del mito de que la Francia eterna nunca había aceptado la derrota. Como afirmó el mismo De Gaulle, la resistencia fue un engaño que tuvo éxito. El hecho de que en los monumentos a los caídos solo se rinda homenaje a los miembros de la resistencia y a los que lucharon en la fuerza mandada por De Gaulle, es fruto de una decisión política.
El grupo secreto armado de orientación anticomunista que, desde que su existencia fuera revelada por un político italiano en 1990 , se conoció con el nombre de gladio (la espada), se creó en 1949 para prolongar la resistencia interna en varios países europeos tras la ocupación soviética. Si esta llegaba a producirse, sus miembros eran armados y pagados por los Estados Unidos, entrenados por la CIA y por fuerzas secretas y especiales británicas y su existencia se ocultó a los gobiernos en cuyo territorio se operaban con excepción de un número muy limitado de personas. En Italia y tal vez también en otras partes estaba constituido originalmente por fascistas que las potencias del eje habían dejado como núcleo de resistencia y que luego fueron revalorizados por su condición de fanáticos anticomunistas. En los años 70 cuando se disipó el temor de una invasión del Ejército rojo, incluso en el seno del servicio secreto norteamericano, los “gladios” encontraron un nuevo campo de actividad como terroristas de derechas en ocasiones haciéndose pasar por terroristas de izquierda.
El vanguardismo comunista: es posible afirmar que en el período posterior a la I Guerra Mundial y a la revolución de octubre y en mayor medida durante la época antifascista de los años 30 y 40, la vanguardia se sintió principalmente atraída por las posiciones de izquierda y a menudo de la izquierda revolucionaria. De hecho la guerra y la revolución politizaron tanto en Francia como en Rusia a una serie de movimientos vanguardistas que antes no tenían color político. (Inicialmente la mayor parte de la vanguardia rusa mostró escaso entusiasmo por la revolución de octubre). La influencia de Lenin, además de restituir al marxismo la condición de única teoría e ideología importante de la revolución social en el mundo occidental, consiguió que los vanguardistas se convirtieron en lo que el nacionalsocialismo denominó acertadamente bolchevismo cultural. El dadaísmo estaba a favor de la revolución y en cuanto al movimiento que lo sucedió, el surrealismo, su única dificultad estribaba en decidir con qué grupo de la revolución alinearse: la mayoría del movimiento escogió a Trotsky frente a Stalin. El eje Berlín – Moscú qué modelo en gran parte a la cultura de la República de Weimar se sustentaba en unas simpatías políticas comunes.
Los países subdesarrollados en la primera mitad del siglo XX: la economía mundial del capitalismo de la era imperialista penetró y transformó prácticamente todas las regiones del planeta, aunque, tras la Revolución de Octubre se detuvo provisionalmente ante las fronteras de la Unión Soviética. Esa es la razón por la que la Gran Depresión de 1929-1933 resultó un hito tan decisivo en la historia del antiimperialismo y de los movimientos de liberación del tercer mundo. Todos los países con independencia de su riqueza y de sus características económicas culturales y políticas, se vieron arrastrados hacia el mercado mundial cuando entraron en contacto con las potencias del Atlántico Norte, salvo en los casos en que los hombres de negocios y los gobiernos occidentales los consideraron carentes de interés económico, aunque pintorescos, como le sucedió a los beduinos de los grandes desiertos antes que de que se descubriera la existencia de petróleo o gas natural en su inhóspito territorio. La posición que se les reservaba en el mercado mundial, era la de suministradores de productos primarios: las materias primas para la industria, la energía y los productos agrícolas y ganaderos y los destinatarios de las inversiones principalmente en forma de préstamos a los gobiernos o en las infraestructuras del transporte, las comunicaciones o los equipamientos urbanos sin los cuales no se podían explotar con eficacia los recursos de los países dependientes. En 1913 más de las 3/4 partes de las inversiones británicas en los países de ultramar – los británicos exportaban más capital que el resto del mundo junto – estaban concentrados en deuda pública, ferrocarriles, puertos y navegación.
La industrialización del mundo dependiente no figuraba en los planes de los desarrollados ni siquiera en países como los del Cono Sur de América Latina, donde parecía lógico transformar productos alimentarios locales, como la carne que podían envasarse para que fuera más fácilmente transportada. Después de todo, enlatar sardinas y embotellar vino de Oporto no habían servido para industrializar Portugal y tampoco era lo que se pretendía. De hecho, en el esquema de la mayoría de los Estados y empresarios de los países del norte, al mundo dependiente le correspondía pagar las manufacturas que importaban mediante la venta de sus productos primarios. Tal había sido el principio en que se había basado el funcionamiento de la economía mundial dominada por Gran Bretaña en el período anterior a 1914.
Golpe a las potencias coloniales: lo que dañó irreversiblemente a las viejas potencias coloniales, fue la demostración de que el hombre blanco podía ser derrotado de manera deshonrosa y de que esas viejas potencias coloniales eran demasiado débiles. Aún después de haber triunfado en la guerra, para recuperar su posición anterior, la gran prueba para el raj británico en la India, no fue la gran rebelión organizada por el Congreso en 1942 bajo el lema “fuera de la India”, que pudo sofocarse sin gran dificultad: fue el hecho de que por primera vez 55000 soldados indios se pasaron al enemigo para constituir un Ejército Nacional Indio comandado por el dirigente izquierdista del Congreso SUBBAS, Chandra Bose, que había decidido buscar el apoyo japonés para conseguir la independencia de la India. Japón cuya estrategia política la decidían tal vez los altos mandos navales, más sutiles que los del Ejército de Tierra, hizo valer el color de la piel de sus habitantes para atribuirse con notable éxito la función de liberador de colonias, excepto entre los chinos de ultramar y en Vietnam donde mantuvo la administración francesa. En 1943 se organizó en Tokio una Asamblea de Naciones Asiáticas del Gran Oriente bajo el patrocinio de Japón a la que asistieron los “presidentes” o “primeros ministros” de China, India, Tailandia, Birmania y Manchuria, pero no de Indonesia, al cual cuando la guerra ya estaba perdida se le ofreció inclusive independizarse de Japón. Los nacionalistas de los territorios coloniales eran demasiado realistas como para adoptar una actitud pro japonesa, aunque veían con buenos ojos el apoyo de Japón especialmente, si como en Indonesia, era un apoyo sustancial. Cuando los japoneses estaban al borde de la derrota se volvieron contra ellos, pero nunca olvidaron cuán débiles habían demostrado ser los viejos imperios occidentales; tampoco olvidaron que las dos potencias que en realidad habían derrotado a el EJE eran los Estados Unidos de Roosevelt y la URSS de Stalin, que eran por diferentes razones hostiles al viejo colonialismo; aunque el anticomunismo norteamericano llegó muy pronto a Washington a defender el conservadurismo en el tercer mundo.
Los holandeses en Oriente: la resistencia fue mas desigual en el resto del sureste asiático; los holandeses que tuvieron más éxito que los británicos en la descolonización de su imperio indio, sin necesidad de dividirlo, no eran lo bastante fuertes como para mantener la potencia militar necesaria en el extenso archipiélago indonesio, la mayor parte de cuyas islas los habrían apoyado para contrarrestar el predominio de Java con sus 55 millones de habitantes. Abandonó ese proyecto cuando descubrieron que para Estados Unidos, Indonesia no era, a diferencia de Vietnam, un frente estratégico en la lucha contra el comunismo mundial. En efecto, los nuevos nacionalistas indonesios no solo no eran de inspiración comunista, sino que en 1948 sofocaron una insurrección del Partido Comunista. Este episodio convenció a Estados Unidos de que la fuerza militar holandesa debía utilizarse en Europa contra la supuesta amenaza soviética, y no para mantener su imperio. Así pues, los holandeses solo conservaron un enclave colonial en la mitad occidental de la gran isla melanesia de Nueva Guinea, que se incorporó también a Indonesia en los años 60.
En cuanto a Malasia, Gran Bretaña se encontró con un doble problema: por un lado, el que planteaban los sultanes tradicionales que habían prosperado en el imperio, y por otro el derivado de la existencia de dos comunidades diferentes y mutuamente enfrentadas: los malayos y los chinos, cada una de ellas radicalizada en una dirección diferente. Los chinos bajo la influencia del Partido Comunista que había alcanzado una posición preeminente como única fuerza que se oponía a los japoneses. Una vez iniciada la guerra fría no cabía pensar en modo alguno en permitir que los comunistas y menos aún los chinos ocuparán el poder en una excolonia, pero lo cierto es que desde 1948 los británicos necesitaron 12 años, un Ejército de 50000 hombres, una fuerza de policía de 60000 y una guarnición de 200000 soldados para vencer en la guerra de guerrillas integrada principalmente por los chinos. Cabe preguntarse si en el caso de que el estaño y el caucho de Malasia no hubieran sido una fuente de dólares tan importante que garantizaba la estabilidad de la libra esterlina, Gran Bretaña habría demostrado la misma disposición a afrontar el costo de estas operaciones. Lo cierto es que la descolonización de Malasia habría sido en cualquier caso una operación compleja y que no se produjo para satisfacción de los conservadores malayos y de los millonarios chinos hasta 1957. En 1965 la isla de Singapur, de población mayoritariamente China, se separó para constituir una ciudad estado independiente y muy rica.
Aislamiento de EE.UU – guerra del Yom Kippur: Y, por si Vietnam no hubiera bastado para demostrar el aislamiento de los Estados Unidos, la guerra del Yom Kippur de 1973 entre Israel, convertido en el máximo aliado de los Estados Unidos en Próximo Oriente, y las Fuerzas Armadas de Egipto y Siria, equipadas, por la Unión Soviética, lo puso todavía más de manifiesto. Y es que cuando Israel, en situaciones extremas, falto de aviones y de munición, pidió a los Estados Unidos que le facilitarán suministros, los aliados europeos, con la única salvedad de Portugal, uno de los últimos bastiones del fascismo de antes de la guerra, se negaron incluso a permitir que los aviones estadounidenses emplearon sus bases conjuntas para este fin. (Los suministros llegaron a él a través de las Azores). Los Estados Unidos creían, sin que uno pueda ver porque, que estaban en juego sus propios intereses vitales. De hecho el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, cuyo presidente Richard Nixon estaba ocupado tratando de librarse de que lo destituyeran, llegó a declarar la primera alerta atómica desde la crisis de los misiles cubanos: una maniobra típica por la brutal doblez de este personaje hábil y cínico, pero que no hizo cambiar la opinión a los aliados de los norteamericanos, más pendientes del suministro de crudo del próximo Oriente, que de apoyar una jugada de los Estados Unidos que según Washington sostenía, con poco éxito, era esencial en la lucha global contra el comunismo. Y es que mediante la OPEP los países árabes del próximo Oriente habían hecho todo lo posible para impedir que se apoyará a Israel cortando el suministro de petróleo y amenazando con un embargo de crudo. Al hacerlo descubrieron que podían conseguir que se multiplicará el precio mundial del petróleo; los ministros de asuntos exteriores del mundo entero tomaron nota de que los todopoderosos Estados Unidos no hicieron ni podían hacer nada al respecto.
Fin de la guerra fría: la guerra fría acabó cuando una de las superpotencias o ambas reconocieron lo siniestro y absurdo de la carrera de armamentos atómicos, y cuando una o ambas aceptaron que la otra deseaba sinceramente acabar con esa carrera. Seguramente resultaba más fácil tomar la iniciativa a un dirigente soviético que a uno norteamericano, porque la guerra fría nunca se había visto en Moscú como una cruzada, a diferencia de lo habitual en Washington, tal vez porque no había que tener en cuenta a una opinión pública soliviantada. Por otra parte, por esa misma razón, le resultaría más difícil a un dirigente soviético convencer a Occidente de que iba en serio.
Por eso es por lo que el mundo le debe a tantísimo a Mijaíl Gorbachov, que no solo tomó la iniciativa sino que consiguió el solo convencer al Gobierno de los Estados Unidos y a los demás gobiernos occidentales de que hablaba sinceramente. Sin embargo, no hay que menospreciar la aportación del presidente Reagan, cuyo idealismo simplón pudo atravesar las tremendas barreras formadas por los ideólogos, los fanáticos, los advenedizos, los desesperados y los guerreros profesionales que lo rodeaban para llegar a convencerse a sí mismo.
A efectos prácticos la guerra fría acabó en las dos cumbres de Reykjavik (1986) y Washington (1987).
¿Representó el fin de la guerra fría el fin del sistema soviético? los dos fenómenos son separables históricamente, aunque es evidente que están interrelacionados. La forma soviética de socialismo afirmaba ser una alternativa global al sistema del mundo capitalista; dado que el capitalismo no se hundió ni parecía hundirse – aunque uno se pregunta qué habría pasado si todos los países deudores socialistas y del tercer mundo se hubieran unido en 1981 para declarar la suspensión del pago de sus deudas a Occidente- ,las perspectivas del socialismo como alternativa mundial dependían de su capacidad de competir con la economía capitalista mundial reformada tras la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, y transformada por la revolución postindustrial de las comunicaciones y de la informática de los años 70. Que el socialismo se iba quedando cada vez más atrasado era evidente desde 1960; ya no era competitivo y en la medida en que esta competición adoptó la forma de una confrontación entre dos superpotencias políticas militares e ideológicas su inferioridad resultó ruinosa.
Ambas superpotencias abusaron de sus economías y las distorsionaron mediante la competencia en una carrera de armamentos colosal enormemente cara. Pero el sistema capitalista mundial podía absorber la deuda de 3 billones de dólares básicamente en gastos militares en que los 80 hundieron a los Estados Unidos, hasta entonces el mayor acreedor mundial. Nadie ni dentro ni fuera estaba dispuesto a hacerse cargo de una deuda equivalente en el caso soviético, que de todos modos representaba una proporción de la producción soviética posiblemente la cuarta parte mucho mayor que el 7% del gigantesco PIB de los Estados Unidos que se destinó a partidas de defensa a mediados de los años 80. Los Estados Unidos, gracias a una combinación de buena suerte histórica y de su política, vieron cómo sus satélites se convertían en economías tan florecientes que llegaban a aventajar a la suya a finales de los años 70. Las economías de la Comunidad Europea y Japón juntas eran 60 por 100 mayores que las de los Estados Unidos. En cambio, los aliados y satélites de los soviéticos nunca llegaron a emanciparse, sino que siguieron practicando una sangría abundante y permanente, decenas de miles de millones de dólares anuales de la Unión Soviética. Geográfica y demográficamente los países atrasados del mundo, cuyas movilizaciones revolucionarias habrían de acabar, según Moscú con el predominio mundial del capitalismo, representaban el 80% del planeta, pero en el plano económico eran secundarios en cuanto a la tecnología. A medida que la superioridad occidental fue creciendo de forma casi exponencial no hubo competencia posible En resumen la guerra fría fue del principio una lucha desigual.
Alemania y Japon: se ha llegado argüir que la guerra fría fue el principal motor de la gran expansión económica mundial lo cual probablemente sea una exageración, aunque la gigantesca generosidad de los fondos del plan Marshall contribuyó a la modernización de todos los beneficiarios que quisieron utilizarlos con este fin como lo hicieron Austria y Francia. Y la ayuda norteamericana fue decisiva a la hora de acelerar la transformación de la Alemania Occidental y Japón. No cabe duda de que estos dos países se hubieran convertido en grandes potencias económicas en cualquier caso, pero el mero hecho de que en su calidad de perdedores no fuesen dueños de su política exterior, les representó una ventaja ya que no sintieron la tentación de arrojar más que una cantidad mínima al agujero estéril de los gastos militares.
No obstante, solo tenemos que preguntarnos qué hubiese sido de la economía alemana si su recuperación hubiera dependido de los europeos que temían su renacimiento; a qué ritmo se habría recuperado la economía japonesa si los Estados Unidos no se hubiesen encontrado reconstruyendo Japón como base industrial para la guerra de Corea y luego otra vez durante la guerra del Vietnam después de 1965. Los norteamericanos financiaron en la duplicación de la producción industrial japonesa entre 1949 y 1953 y no es ninguna casualidad que 1966-1970 fuese para Japón el período de máximo crecimiento no menos de un 14,6 por 100 anual. El papel de la guerra fría por lo tanto no se debe subestimar, aunque las consecuencias económicas a largo plazo de la desviación por parte de los Estados de ingentes recursos hacia la carrera de armamentos puede ser nocivas, o en el caso extremo de la Unión Soviética, seguramente fatales. Sin embargo, hasta los Estados Unidos optaron por debilitar su economía en aras de su poderío militar.
Economías mixtas: Por distintas razones, los políticos, funcionarios e incluso muchos hombres de negocios occidentales durante la posguerra, estaban convencidos de que la vuelta al lassez faire y a una economía de libre mercado inalterada, era impensable. Determinados objetivos políticos, el pleno empleo, la contención del comunismo, la modernización de unas economías atrasadas o en decadencia, gozaban de prioridad absoluta y justificaban una intervención estatal de la máxima firmeza. Incluso regímenes consagrados del liberalismo económico y político, pudieron y tuvieron que gestionar la economía de un modo que antes hubiera sido rechazado por socialista. Al fin y al cabo, es así como Gran Bretaña e incluso los Estados Unidos habían dirigido su economía de guerra. El futuro estaba en la economía mixta, aunque hubo momentos en los que las viejas ortodoxias de disciplina fiscal y estabilidad monetaria y de los precios ganaron en importancia. Ni siquiera entonces se convirtieron en imperativos absolutos. Desde 1933 los espantajos de la inflación y el déficit público ya no alejaban a las aves de los campos de la economía y sin embargo los cultivos aparentemente crecían.
Estos cambios no fueron secundarios, sino que llevaron a que un estadista norteamericano de credenciales capitalistas a toda prueba (Averell Harriman) dijera en 1946 a sus compatriotas: la gente de este país ya no le tiene miedo a palabras como planificación, la gente ha aceptado el hecho de que el Gobierno, al igual que los individuos, tienen un papel que desempeñar en este país. Esto hizo que resultase natural que un adalid del liberalismo económico y admirador de la economía de los Estados Unidos (Jean Monet) se convirtieron en un apasionado defensor de la planificación económica en Francia. Convirtió a Lionel Robbins, un economista liberal que en otro tiempo había defendido la ortodoxia frente a Keynes, en un seminario dirigido conjuntamente con Hayek en la London School of Economics, en el director de la economía semi socialista británica de guerra. Durante unos 30 años existió un consenso en Occidente entre los pensadores y los responsables de tomar las decisiones, sobre todo en los Estados Unidos, que marcaban la pauta de lo que los demás países del área no comunista podían hacer o mejor dicho, de lo que no podían hacer. Todos querían un mundo de producción creciente con un comercio internacional en expansión, pleno empleo, industrialización y modernización, y todos estaban dispuestos a conseguirlo si era necesario mediante el control y la gestión gubernamental sistemáticas de economías mixtas y asociándose con movimientos obreros organizados, siempre que no fuesen comunistas. La edad de oro del capitalismo habría sido imposible sin el consenso de que la economía de la empresa privada – libre empresa era la expresión preferida – tenía que ser salvada de sí misma para sobrevivir.
Avances sociales impresionantes, fin del campesinado: pasó bastante tiempo antes de que la gente se diese cuenta de la transformación, del crecimiento económico cuantitativo en un conjunto de alteraciones cualitativas de la vida humana y todavía más, antes de que la gente pudiese evaluarla, incluso en los países poco más desarrollados. Pero para la mayor parte del planeta los cambios fueron tan repentinos como cataclismos para el 80 por 100 de la humanidad. La Edad Media se terminó de pronto en los años 50. Tal vez mejor que nadie, sintió que se había terminado en los años 60, cuando muy desorientado se sintió un campesino siciliano, un bandido local que se había pasado un par de décadas en la cárcel desde mediados de los años 50, cuando regresó a las afueras de Palermo que entretanto habían quedado irreconocibles debido a la actuación de las inmobiliarias: donde antes había viñedos ahora hay palazzi, decían meneando incrédulo la cabeza.
Realmente la rapidez del cambio fue tal que el tiempo histórico puede medirse en etapas aún más cortas: menos de 10 años, 1962-1971 separan un Cuzco en donde fuera de los límites de la ciudad la mayoría de los indios todavía vestían sus ropas tradicionales, de un Cuzco en donde una parte sustancial de los mismos vestían ya ropas cholas es decir a la europea.
A finales de los años 70 los vendedores de los puestos de mercado de un pueblo mexicano ya determinaban los precios a pagar por sus clientes con calculadoras de bolsillo japoneses, desconocidas allí a principios de la década.
No hay modo de que los lectores que no sean los bastantes mayores o viajeros como para haber visto avanzar así la historia de 1950 puedan revivir estas experiencias, aunque a partir de los años 60, cuando los jóvenes occidentales descubrieron que viajar a países del Tercer Mundo no solo era factible, sino que estaba de moda. Todo lo que hace falta para contemplar la transformación del planeta es un par de ojos bien abiertos; así es, como los historiadores no pueden conformarse con imágenes y anécdotas por significativa que sean, sino que necesitan concretar y contar el cambio social más drástico y de mayor alcance de la segunda mitad de este siglo.
Y el que nos separa para siempre del mundo del pasado es la muerte del campesinado y es que desde el neolítico la mayoría de seres humanos habían vivido en la tierra y de los animales domésticos o habían recogido los frutos del mar pescando.
Pag.261: estudiantes izquierdistas: porque? No obstante que era la pregunta porque colectivos de jóvenes que estaban a las puertas de un futuro mucho mejor que el de sus padres, o por lo menos que el de muchos no estudiantes, se sentían atraídos con raras excepciones por el radicalismo político. En realidad un alto porcentaje de los estudiantes no era así, sino que prefería concentrarse en obtener el título que le garantizaría el futuro, pero éstos resultaban menos visibles que la minoría. Aunque de todos modos numéricamente importante de los políticamente activos sobre todo al dominar estos últimos los aspectos visibles de la vida universitaria, con manifestaciones públicas que iban desde paredes llenas de pintadas y carteles, hasta asambleas, manifestaciones y piquetes. De todos modos, incluso este grado de radicalismo era algo nuevo en los países desarrollados, aunque no en los atrasados y dependientes.
Antes de la Segunda Guerra mundial la gran mayoría de los estudiantes de la Europa central o del oeste de América del Norte eran apolíticos o de derechas. El simple estallido numérico de las cifras de estudiantes, indica una posible respuesta: el número de estudiantes franceses al término de la Segunda Guerra mundial era menos de 100.000; ya en 1960 estaba por encima de los 200.000 y en el curso de los 10 años siguientes se triplicó hasta llegar a los 651.000. En estos 10 años el número de estudiantes de letras se multiplicó casi 3 y medio y el número de estudiantes de Ciencias sociales por 4. La consecuencia más inmediata y directa fue una inevitable tensión entre estas masas de estudiantes mayoritariamente de primera generación, que de repente invadieran las universidades, y unas instituciones que no estaban ni física ni organizativa ni intelectualmente preparadas para esta afluencia. Además a medida que una proporción cada vez mayor de este grupo de edad fue teniendo la oportunidad de estudiar; en Francia era el 4 por 100 en 1950 y el 15,5 por 100 en 1970, y la Universidad dejó de ser un privilegio excepcional que constituía su propia recompensa y las limitaciones que imponía a los jóvenes y generalmente insolventes adultos, crearon un mayor resentimiento, que era el resentimiento contra una clase de autoridades las universitarias y que se hizo fácilmente extensivo a todas las autoridades. Y eso hizo en Occidente que los estudiantes se inclinaron hacia la izquierda; no es sorprendente que los años 60 fueron la década de disturbios estudiantiles por excelencia: había motivos concretos que los intensificaron en este o en aquel país: la hostilidad a la guerra de Vietnam – o sea el servicio militar- en los Estados Unidos, el resentimiento racial en Perú. Pero el fenómeno estuvo demasiado generalizado como para necesitar explicaciones concretas ad hoc.
Entre las raras excepciones destaca Rusia donde a diferencia de los demás países comunistas de la Europa del este y de China, los estudiantes nunca fueron un grupo destacado ni influyente en los años de hundimiento del comunismo; el movimiento democrático ruso ha sido descripto como una revolución de cuarentones observada por una juventud despolitizada y desmoralizada.
Revolución y sexo: la consigna de mayo del 68 “cuando pienso en la revolución me entran ganas de hacer el amor”, habría desconcertado no solo a Lenin sino también a Ruth Fisher, la joven militante comunista vienesa cuya defensa de la promiscuidad sexual atacó Lenin. Pero en cambio, hasta para los típicos radicales neo marxistas leninistas de los años 60 y 70, el agente de la Comintern de Brecht que, como un viajante de Comercio, hacía el amor teniendo otras cosas en la mente, habría resultado incomprensible para ellos. Lo importante no era lo que los revolucionarios esperaban conseguir con sus actos, sino lo que hacían y cómo se sentían al hacerlo: hacer el amor y hacer la revolución no podían separarse con claridad.
- Tercer Mundo y la ARGENTINA: no es de sorprender que los Estados poscoloniales que surgieron por docenas después de la Segunda Guerra mundial, junto con la mayor parte de América Latina que era también una de las regiones dependientes del viejo mundo imperial e industrializado, se vieran agrupadas con el nombre de “tercer mundo”, una expresión según se dice acuñada en 1952 para distinguirlos del “primer mundo” de los países capitalistas desarrollados, y del “segundo mundo”, de los países comunistas. Pese a lo absurdo de tratar a Egipto y Gabón, a la India y Papúa Nueva Guinea como sociedades del mismo tipo, era relativamente plausible en la medida en que todos ellos eran sociedades pobres en comparación con el mundo desarrollado; con rarísimas excepciones, como sobre todo Argentina, que pese a ser un país rico nunca se recuperó de la decadencia y caída del Imperio Británico que la había hecho prosperar como exportadora de productos alimentarios hasta 1929.
Corrupción: en la práctica a medida que la economía mundial se fue globalizando, la verdad y sobre todo tras la caída de la zona soviética, se fue convirtiendo en más puramente capitalista y dominada por el mundo de los negocios: los inversores y los empresarios descubrieron que gran parte del mundo no tenía ningún interés económico para ellos, a menos, tal vez que pudiesen sobornar a los políticos y funcionarios para que malgastaran en armamento o en proyectos de prestigio el dinero que le sacaban a sus desgraciados ciudadanos. Por regla general el 5 % de 200.000 dólares conseguirá la colaboración de un alto cargo aunque no de la máxima categoría; el mismo porcentaje de 2 millones de dólares y ya tenemos al secretario de Estado, llegado a los 20 millones hace su entrada el ministro y el personal adjunto, mientras que un porcentaje sobre 200 millones justifica la seria consideración del jefe de Estado ..
Rechazo a la revolución rusa: los motivos fundamentales de separación de los dos “campos”, eran sin duda políticos. Como hemos visto, después de la revolución de octubre, la Rusia soviética veía en el capitalismo al enemigo que había que derrocar lo antes posible mediante la revolución universal. Pero la revolución no se produjo y la Rusia de los soviets quedó aislada, rodeada por el mundo capitalista, muchos de cuyos gobiernos más poderosos deseaban impedir la consolidación de este centro mundial de la subversión y eliminarlo lo antes posible. El mero hecho de que la URSS no obtuviera el reconocimiento diplomático de su existencia por parte de los Estados Unidos hasta 1933 demuestra su condición inicial al margen de la ley. Además, incluso cuando Lenin, siempre realista, estuvo dispuesto y hasta ansioso para hacer las mayores concesiones imaginables a los inversores extranjeros a cambio de su contribución al desarrollo económico de Rusia, se encontró con que nadie aceptaba su oferta. Así pues, la joven URSS se vio obligada a emprender un desarrollo autárquico prácticamente aislada del resto de la economía mundial, que paradójicamente pronto le proporcionaría su argumento ideológico más poderoso, al aparecer inmune a la gigantesca depresión económica que asoló la economía capitalista después del crack de Wall Street de 1929.
Los rusos se quedan solos: Para Lenin, Moscú solo sería la sede temporal del socialismo hasta que pudiese trasladarse a su capital permanente en Berlín. No es ninguna coincidencia que el idioma oficial de la internacional comunista, el Estado Mayor de la revolución mundial fundada en 1919, no fuese el ruso sino el alemán.
Cuando resultó evidente que la Rusia Soviética iba a ser y no por poco tiempo el único país donde había triunfado la revolución proletaria, la única política lógica que podían hacer los bolcheviques, era la de transformar su economía y sociedad de atrasada en moderna lo antes posible. La manera más obvia de conseguirlo era combinar una ofensiva general contra el atraso cultural de las masas, contra su oscurantismo, ignorancia, analfabetismo y superstición, con una campaña en todos los frentes en pos de la modernización tecnológica y de la revolución industrial. El comunismo soviético se convirtió, por lo tanto, en un programa para transformar países atrasados en avanzados y este énfasis en el crecimiento económico ultrarrápido no carecía de atractivo ni siquiera para el mundo capitalista que vivía su era de las catástrofes y buscaba desesperadamente el modo de recuperar el dinamismo económico. Y además, de para la Europa occidental y para América del Norte, era un modelo todavía más apropiado para los problemas del resto del mundo , que en su mayor parte reconoció a su imagen en el atraso rural de la Rusia de los soviets. La fórmula soviética de desarrollo económico, una planificación estatal centralizada encaminada a la construcción ultrarrápida de las industrias básicas y las infraestructuras esenciales para una sociedad industrial moderna parecía pensada para ellos. Moscú no solo representaba un modelo más atractivo que Detroit o Manchester por el hecho de ser anti – imperialista, sino que parecía más adecuado para países que carecían tanto de capital privado como de un sector industrial privado orientados a la consecución de beneficios. Además la fórmula parecía eficaz en el periodo de entreguerras y sobre todo durante los años 30, el ritmo de crecimiento de la economía soviética superó al de los demás países, salvo Japón, y en los primeros 15 años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, las economías del campo socialista crecieron considerablemente más deprisa que la de Occidente, hasta el punto de que dirigentes soviéticos como Nikita Kruschev creían sinceramente que de seguir la curva de crecimiento al mismo ritmo, el socialismo superaría en producción el capitalismo en un futuro inmediato, según lo creía también el primer ministro británico Harold Macmillan; mas de un observador económico en los años 50 se preguntaba si eso no llegaría a ocurrir.
Educación y transformación de Rusia: en realidad para un país atrasado y primitivo carente de toda asistencia exterior, la industrialización dirigida, pese a su despilfarro e ineficacia funcionó de una forma impresionante. Convirtió a la URSS en una economía industrial en pocos años capaz a diferencia de la Rusia de los zares, de sobrevivir y ganar la guerra contra Alemania pese a la pérdida temporal de zonas que comprendían 1/3 de la población y más de la mitad de las fábricas de muchas industrias. Hay que añadir que en pocos regímenes la gente habría podido o querido soportar los sacrificios del esfuerzo de guerra soviético o lo de los años 30, pero el sistema mantenía el nivel de consumo de la población bajo mínimos. En 1940 la economía produjo poco más de un par de zapatos por habitante de la URSS, le garantizaba en cambio un mínimo social, les daba trabajo comida ropas y viviendas de acuerdo con precios y salarios controlados y (todo es subsidiados) pensiones, atención sanitaria y cierto igualitarismo, hasta que el sistema de recompensas y privilegios especiales para la Nomenklatura se descontroló tras la muerte de Stalin. Con mucha mayor generosidad proporcionaba también educación: la transformación de un país en buena parte analfabeto en la moderna URSS, fue se mire como se mire, un logro gigantesco; y para los millones de aldeanos para los que, incluso en los momentos más difíciles, el desarrollo soviético representó la apertura de nuevos horizontes, una escapatoria del oscurantismo y la ignorancia hacia la ciudad, la luz y el progreso por no hablar de la promoción personal y la posibilidad de hacer carrera. Los argumentos en favor de la nueva sociedad resultaban convincentes. Por otra parte tampoco conocían otra.
Sin embargo, este éxito no se hizo extensivo a la agricultura y a quienes vivían de ella ya que la industrialización se hizo a costa de la explotación del campesinado. Poco se puede decir en favor de la Política Agraria soviética, salvo tal vez que los campesinos no fueron los únicos que cargaron con la “acumulación primitiva socialista”, por citar la fórmula favorita según se dice de un seguidor de Trotsky: a los obreros también le tocó asumir en parte la carga de generar recursos destinados a una futura reinversión.
Los campesinos, la mayoría de la población, no solo pertenecían a una categoría legal y política inferior por lo menos hasta la Constitución de 1936 (totalmente inoperante), no solo tenían que pagar más impuestos a cambio de menos protección, sino que la política agrícola que sustituyó a la NEP, la colectivización forzosa de la tierra en cooperativas o granjas estatales fue entonces y seguiría haciéndolo más tarde, un desastre. Su efecto inmediato fue el descenso de la producción de cereales y la reducción a la mitad de la cabaña ganadera, lo que provocó una terrible hambruna en 1932-1933. La colectivización hizo disminuir la ya de por sí baja productividad de la agricultura rusa, que no volvió a alcanzar el nivel de la NEP hasta 1940 o si tenemos en cuenta los desastres posteriores de la Segunda Guerra Mundial hasta 1950. La colosal mecanización que intentó compensar estas carencias fue también y ha seguido siendo colosalmente inefic. Después de una etapa prometedora en la posguerra en que la economía soviética llegó a producir modestos excedentes de cereales destinados a la exportación, aunque la URSS no llegase a parecer nunca un exportadores importante como lo había sido la Rusia de los zares, la agricultura soviética dejó de ser capaz de alimentar a la población a partir de los años 70 y dependió del mercado mundial de cereales para cubrir a veces hasta la cuarta parte de sus necesidades. De no ser por la ligera relajación del sistema colectivista que permitió a los campesinos producir para el mercado en las pequeñas parcelas de su propiedad, que constituían aproximadamente el 4% de la superficie cultivada en 1938, los consumidores soviéticos habrían tenido poco que comer salvo pan negro. En resumen, la URSS cambio de agricultura campesina ineficiente, por una agricultura colectivista ineficiente a un precio enorme.
CONSTITUCIÓN RUSA DE 1936: así por ejemplo, el centralismo autoritario tan típico de los partidos comunistas, conservó la denominación oficial de “centralismo democrático”, y la Constitución soviética de 1936 es sobre el papel, una Constitución típicamente democrática con tanta cabida para la democracia pluripartidista como por ejemplo la democracia norteamericana. No era esta una simple política de aparador, ya que gran parte del texto constitucional lo redactó Nikolai Bujarin, quien siendo un viejo revolucionario marxista de los de antes de 1917, sin duda creía que una Constitución de este tipo era la adecuada por una sociedad socialista.
La Crueldad de Stalin: en primer lugar, la creencia de Stalin de que en última instancia era el único que sabía cuál era el buen camino y que estaba decidido a seguirlo eso era lo primero. Montones de políticos y de generales tienen esta sensación de ser indispensables, pero solo quienes disfrutan del poder absoluto están en situación de obligar a los demás a compartir esa creencia. Así las grandes purgas de los años 30, que a diferencia de formas anteriores de terror, estaban dirigidas contra el partido mismo y sobre todo contra su dirección, comenzaron después de que muchos bolcheviques curtidos, incluidos los que habían sostenido a Stalin frente a sus distintos contrincantes en los años 20, y que habían apoyado sinceramente el gran salto hacia adelante de la colectivización y del plan quinquenal, llegaron a la conclusión de que la crueldad inmisericorde del período y los sacrificios que imponían era más de los que estaban dispuestos a aceptar. Sin duda muchos de ellos recordaban la negativa de Lenin a apoyar a Stalin como sucesor suyo por su brutalidad excesiva. El XVII Congreso del PCCUS reveló la existencia de una nutrida oposición a Stalin: si esta constituía realmente una amenaza a su poder es algo que no sabremos nunca, porque entre 1934 y 1939 4 o 5 millones de miembros del partido y de funcionarios fueron arrestados por motivos políticos, 400 o 500.000 de ellos fueron ejecutados sin juicio previo y en el XVIII Congreso del PCCus que se celebró en la primavera de 1939 apenas había 37 supervivientes de los 1827 delegados presentes en el XVII Congreso de 1934. Lo que confirió este terror, una inhumanidad sin precedentes, fue que no admitía límites de ninguna clase.
Derrumbamiento de los PBI en la década 80/90: a fines del siglo 20 los países del mundo capitalista desarrollado eran en conjunto más ricos y productivos que a principios de los 70 y la economía mundial, de la que siguen siendo el núcleo central, era mucho más dinámica.
Por otra parte la situación en zonas concretas del planeta era bastante menos halagüeña: en África, Asia occidental y América Latina el crecimiento del PIB se estancó, la mayor parte de la gente perdió poder adquisitivo y la producción cayó en las dos primeras de estas zonas durante gran parte de la década de los 80 y en algunos años también en la última. Nadie dudaba de que en esta zona del mundo la década de los 80 fuese un periodo de grave depresión; en la antigua zona del socialismo real de Occidente las economías que habían experimentado un modesto crecimiento en los 80, se hundieron por completo después de 1989. En este caso, resulta totalmente apropiada la comparación de la crisis posterior a 1989 con la Gran Depresión y todavía queda por debajo de lo que fue el hundimiento de principios de los 90: el PIB de Rusia cayó un 17% en 1990/1991, 19% en 1991/1992 y un 11% en 1992/1993. Polonia aunque al principio de los años 90 experimentó cierta estabilización perdió un 21% de su PIB en 1991/92 Checoslovaquia casi 120%, Rumanía y Bulgaria 110 % o más, a mediados de 1992 su producción industrial se cifraba entre la mitad y los 2/3 de la 1989.
El neoliberalismo y China: En cualquier caso el triunfalismo neoliberal no se resistió a los reveses de la economía mundial de principios de los 90, y tal vez tampoco al inesperado descubrimiento de que la economía más dinámica y de más rápido crecimiento del planeta – tras la caída del comunismo soviético – era la de China comunista, lo cual llevó a los profesores de las escuelas de Administración de Empresas occidentales y a los autores de manuales de esta materia – un floreciente género literario- a estudiar las enseñanzas de Confucio en relación con los secretos del éxito empresarial.
El fracaso de la guerrilla: en toda América Latina grupos de jóvenes entusiastas se lanzaron a una lucha de guerrillas condenadas de antemano al fracaso. Bajo la bandera de Fidel, de Trotsky o de Mao, excepto en América Central y en Colombia donde había una vieja base de apoyo campesino para los resistentes armados, la mayoría de estos intentos fracasaron casi de inmediato dejando tras de sí los cadáveres de los famosos – el mismo Che Guevara en Bolivia, el también carismático cura rebelde Camilo Torres en Colombia – y de los desconocidos. Resultaron ser un error espectacular, tanto más por cuanto si se daban las condiciones adecuadas, en muchos de esos países eran posibles movimientos guerrilleros eficaces y duraderos como han demostrado las oficialmente comunistas FARC (Fuerzas Armadas de la Revolución Colombiana en Colombia) desde 1964, hasta el momento de escribir esto y el movimiento maoista Sendero Luminoso en Perú en los años 80.
Solo quedará comunismo en China: sin embargo los comunistas eran algo más que el imperio redivivo, aunque sin duda se beneficiaron de las continuidades de la historia China, establecían tanto la forma de que el chino medio esperaba relacionarse con cualquier Gobierno, que disfrutará del “mandato del cielo”, como la forma en que los administradores de China esperaban realizar sus tareas. No hay otro país en que los deberes políticos dentro del sistema comunista pudieran plantearse, tomando como referencia lo que un leal mandarin dijo al emperador Chía Ching de la dinastía Ming en el siglo 16. Esto es lo que un viejo y agudo observador de China, el corresponsal del Times de Londres, quiso decir en los años 50 cuando afirmó sorprendiendo a todos los que le oyeron en aquel momento, incluyendo este autor, que en el siglo 21 no quedaría comunismo en ninguna parte salvo en China, donde sobreviviría como una ideología nacional. Para la mayoría de los chinos este era una revolución que significaba ante todo una restauración de la paz y el orden, del bienestar de un sistema de Gobierno cuyos funcionarios reivindicaban a sus predecesores de la dinastía Tang, de los grandes de un gran imperio y una civilización.
Durante los primeros años esto es lo que la mayoría de los chinos parecían obtener, los campesinos aumentaron la producción de cereales en más de un 70% entre 1949 y 1956, presumiblemente porque ya no sufrían tantas interferencias y aunque la intervención China en la guerra de Corea de 1950-1952 produjo un serio pánico, la habilidad del Ejército comunista chino primero para derrotar, y más tarde para mantener a raya al poderoso Ejército de los Estados Unidos, produjo una profunda impresión.
La planificación del desarrollo industrial y educativo comenzó a principios de los años 50. Sin embargo, bien pronto la nueva República Popular, ahora bajo el mando indiscutido e indiscutible de Mao, inició dos décadas de catástrofes absurdas provocadas por el gran timonel. A partir de 1956 el rápido deterioro de las relaciones con la Unión Soviética, que concluyó con la ruptura entre ambas potencias comunistas en el año 1960, condujo a la retirada de la importante ayuda técnica y material de Moscú. Sin embargo y aunque lo agravó, esta no fue la causa del calvario del pueblo chino que se desarrolló en 3 etapas: la fulminante colectivización de la agricultura campesina entre 1955-1957, el gran salto adelante de la industria en 1958, seguido por la terrible hambruna de 1959-1961 probablemente la mayor del siglo 20. Y los 10 años de revolución cultural que acabaron con la muerte de Mao en 1976.
Casi todo el mundo coincide en que estos cataclismos se debieron en buena medida el propio Mao, cuyas directrices políticas solían ser recibidas con aprensión en la cúpula del partido y a veces, especialmente en el caso del Gran Salto Adelante, por una franca oposición que solo superó con la puesta en marcha de la Revolución Cultural. Pero no pueden entenderse si no se tienen en cuenta las peculiaridades del comunismo chino del que Mao se hizo portavoz. A diferencia del comunismo ruso, el comunismo chino prácticamente no tenía relación directa con Marx ni con el marxismo, se trataba de un movimiento influido por Octubre, que llegó a Marx vía Lenin o más concretamente, vía marxismo leninismo estalinista. El conocimiento que Mao tenía de la teoría marxista parece derivar totalmente de la estalinista historia del “PCC curso introductorio 1939”. Por debajo de este revestimiento marxista leninista había, y esto es evidente en el caso de Mao que nunca ha salido de China hasta que se convirtió en jefe de Estado, y cuya formación intelectual era enteramente casera, utopismo totalmente chino. Naturalmente este utopismo tenía puntos de contacto con el marxismo, todas las utopías revolucionarias tienen algo en común y Mao con toda sinceridad sin duda tomó aquellos aspectos de Marx y Lenin que encajaban en su visión y los empleo para justificarla, pero su visión de una sociedad ideal unida por un consenso total, una sociedad en la que, como se ha dicho, la abnegación total del individuo y su total inversión en la colectividad son la finalidad última, una especie de misticismo colectivista en los puestos del marxismo clásico que al menos en teoría y como último objetivo contempla la liberación completa y la realización del individuo.-
Gorbachov: así las cosas, ¿que podía hacer el nuevo líder soviético para cambiar la situación en la URSS, sino acabar tan pronto como fuera posible la Segunda Guerra fría con los Estados Unidos que estaba desangrando su economía?. Este era por supuesto el objetivo inmediato de Gorbachov, y fue su mayor éxito, porque en un periodo sorprendentemente corto de tiempo convenció incluso a los gobiernos más escépticos de Occidente, de que esta era de verdad la intención soviética y eso le granjeó una popularidad inmensa y verdadero en Occidente, que contrastaba fuertemente con la creciente falta de entusiasmo hacia él en la Unión Soviética, de la que acabó siendo víctima en 1991. Si hubo alguien que acabó con 40 años de guerra fría, ese fue él.
Desde los años 50 el objetivo de los reformistas económicos comunistas había sido el hacer más racionales y flexibles las economías de planificación centralizada mediante la introducción de precios de mercado y de cálculos de pérdidas y beneficios en las empresas. Los reformistas húngaros habían recorrido algún camino en esa dirección y si no llega a ser por la ocupación soviética de 1968, los reformistas checos hubieran ido incluso más lejos. Ambos esperaban que esto haría más fácil la liberalización y democratización del sistema político; éste era también la postura de Gorbachov que la consideraba una forma natural de restaurar o establecer un socialismo mejor que el realmente existente. Es posible pero poco probable que algún reformista influyente en la Unión Soviética considerarse el abandono del socialismo, aunque solo fuera porque ello parecía difícil desde un punto de vista político, si bien destacados economistas partidarios de las reformas empezaron a concluir que el sistema, cuyos defectos se analizaron sistemática y públicamente en los 80 podría reformarse desde ADENTRO.
Crecimiento de la Rusia comunista: pero no había comparación posible entre la Rusia paupérrima, tecnológicamente atrasada y predominantemente rural de los años 20 y la URSS urbana e industrializada de los 80, cuyo sector más avanzado, el complejo científico militar industrial, incluyendo el programa espacial, dependía de un mercado con un solo comprador. No es arriesgado decir que la perestroika hubiera funcionado mucho mejor si en 1980 Rusia hubiera seguido siendo como China en esa fecha, un país con un 80% de campesinos cuya idea de riqueza más allá de los sueños de avaricia, era un aparato de televisión: a principios de los años 70 cerca de un 70% de la población soviética veía por término medio la televisión 1:30 horas diarias. No obstante, el contraste entre la perestroika soviética y la China no se explica del todo por estos desfases temporales, ni siquiera por el hecho obvio de que los chinos tuvieron mucho cuidado de mantener intacto el sistema de mando centralizado hasta que.se beneficiaron los chinos de las tradiciones culturales del Extremo Oriente, que resultaron en favorecer el crecimiento económico con independencia de los sistemas sociales. Es algo que deberán investigar los investigadores del siglo 21.
El rechazo de la enorme extendida corrupción de la nomenklatura, fue el carburante inicial para el proceso de reforma; de ahí que Gorbachov encontrará un apoyo sólido para su perestroika en estos cuadros económicos, en especial en el complejo industrial militar industrial y quería mejorar la gestión de una economía estancada y en términos técnicos y científicos paralizados. Nadie sabía mejor que ellos lo mal que se habían puesto las cosas. Por otro lado no necesitaban del partido para llevar a cabo sus actividades: si la burocracia del partido desaparecía, ellos seguían en sus puestos, eran indispensables y la burocracia no. Siguieron ciertamente allí tras el desmoronamiento de la URSS, organizados como grupos de presión en la nueva “Unión científica industrial NPS” y en sus sucesoras, tras el final del comunismo, como los potenciales propietarios legales de las empresas que habían dirigido antes sin derechos legales de propiedad.
A pesar de lo corrupto, ineficaz y parasitario que había sido el sistema de partido único, seguía siendo esencial en una economía basada en un sistema de órdenes. La alternativa a la autoridad del partido no iba a ser la autoridad constitucional y democrática sino a corto plazo la ausencia de autoridad, esto es lo que pasó en realidad. Gorbachov, al igual que su sucesor Yelstin, trasladó la base de su poder del partido al Estado y como presidente constitucional acumuló legalmente poderes para gobernar por decreto, mayores en algunos aspectos, por lo menos en teoría, que aquellos de que ningún dirigente soviético anterior hubiese disfrutado formalmente ni siquiera Stalin. Nadie se dio cuenta de ello salvo la recién inaugurada Asamblea Democrática, o mejor, los constitucionales Congreso del pueblo y el Soviet Supremo de 1989: nadie gobernaba o más bien nadie obedecía ya en la Unión Soviética.
La desintegración de la URSS: el mundo trato a Rusia como la sucesora natural de la fenecida URSS en las Naciones Unidas y en todos los demás foros.
El intento por salvar la vieja estructura de la Unión Soviética la había destruido de forma mas súbita e irreparable de lo que nadie hubiera esperado. De todas maneras, no había resuelto ninguno de los problemas de la economía del Estado ni de la sociedad; en un aspecto los había agravado ya que ahora las otras repúblicas temían a su hermana mayor, Rusia, como nunca habían temido a una Unión Soviética no nacional, sobre todo por el hecho de que el nacionalismo ruso era la mejor carta que Yeltsin podía jugar para conciliarse con las Fuerzas Armadas, cuyo núcleo central siempre había estado compuesta por personas de origen panruso. Como la mayoría de la Repúblicas contaban con grandes minorías de personas de etnia Rusa, la insinuación de Yeltsin de que las fronteras entre la República deberían renegociarse, aceleró la carrera hacia la separación total: Ucrania declaró inmediatamente su independencia; por vez primera poblaciones habituadas a la opresión impiadosa de todos, incluyendo a los rusos por parte de la autoridad central, tenían razones para temer la opresión de Moscú en favor de los intereses de una nación. De hecho esto puso fin a la esperanza de mantener ni siquiera una apariencia de Unión puesto que la espectral Comunidad de Estados Independientes, que sucedió a la Unión Soviética, perdió muy pronto toda realidad, e incluso el último superviviente de la Unión, el poderoso equipo unificado que compitió en los Juegos Olímpicos de 1992, derrotando a los Estados Unidos no parecía destinado a una larga vida. Por ello la destrucción de la Unión Soviética consiguió invertir el curso de cerca de 400 años de historia rusa y devolver al país las dimensiones y el estatus internacional de la época anterior a Pedro el Grande, puesto que Rusia , ya fuese bajo los Zares, o bajo la Unión Soviética, así había sido una gran potencia desde mediados del siglo 18.
Su desintegración dejó un vacío internacional entre Trieste y Vladivostok que no había existido previamente en la historia del mundo moderno, salvo durante el breve período de la guerra civil entre 1918 y 1920. Una vasta zona de desorden, conflicto y catástrofes potenciales; a esto habrían de enfrentarse los diplomáticos y militares del mundo al final del Milenio.
Fin de la economía sin mercdo: con el colapso de la Unión Soviética, el experimento del socialismo realmente existente llegó a su fin porque incluso donde los regímenes comunistas sobrevivieron y alcanzaron éxito, como en China, se abandonó la idea original de una economía única centralizada y planificada basada en un estado totalmente colectivizado o en una economía de propiedad totalmente cooperativa y sin mercado. ¿Volverá a realizarse el experimento? está claro que no, por lo menos en la forma en que se desarrolló en la Unión Soviética y probablemente en ninguna forma, salvo en situaciones tales como una economía de guerra total o en otras emergencias análogas.
Premios Nobel y Argentina: Pese a que el 90 por 100 de las publicaciones científicas aparecían en cuatro idiomas (inglés, ruso, francés y alemán) el eurocentrismo científico terminó en el siglo 20. La era de las catástrofes y en especial el triunfo temporal del fascismo, desplazaron su centro de gravedad a los Estados Unidos donde ha permanecido. Entre 1900 y 1933 solos habían entregado 7 premios Nobel a los Estados Unidos, pero entre 1933 y 1970 se les concedieron 77. Los otros países de asentamiento europeo, Canadá, Australia, la a menudo infravalorado Argentina, también se convirtieron en centros de investigación independientes, aunque algunos de ellos por razones de tamaño o de política, exportaron a la mayoría de sus principales científicos.
Alemania nazi y la bomba atómica: ha quedado claro que si la Alemania nazi no pudo hacer la bomba atómica, no fue porque los científicos alemanes no supieran cómo hacerla, o porque no lo intentarán, con diferentes grados de mala conciencia, sino porque la maquinaria de guerra alemana era incapaz de dedicar a ello los recursos necesarios. Abandonaron por ello el esfuerzo y se concentraron en los que les pareció más efectivo: los cohetes que prometían beneficio más rápido.
Liberalismo y asuntos humanos: el fracaso del modelo soviético confirmó a los partidarios del capitalismo en su convicción de que ninguna economía ha podido operar sin un mercado de valores. A su vez el fracaso del modelo ultra liberal confirmó a los socialistas en la más razonable creencia de que los asuntos humanos, entre los que se incluye la economía, son demasiado importantes para dejarlos al libre juego del mercado.
Liberalismo y proteccionismo: con respecto al siglo 19, se puede argumentar que al contrario de lo que postula el modelo clásico, el libre comercio coincide con y – probablemente sea la causa principal de la depresión- y el proteccionismo es probablemente la causa principal de desarrollo para la mayor parte de los países actualmente desarrollados. Y en cuanto a los milagros económicos del siglo 20 estos no se alcanzaron con el “laissez faire”, sino contra él.
Es probable, por tanto, que la moda de la liberalización económica y de la mercantilización que dominó en la década de los 80 y que alcanzó la cumbre de la complacencia ideológica tras el colapso del sistema soviético, no dure mucho tiempo. La combinación de la crisis mundial de comienzos de los años 90 y el espectacular fracaso de las políticas liberales cuando se aplicaron como terapia de choque en los países antes socialista, hicieron a sus partidarios revisar su antiguo entusiasmo. Quién hubiera podido pensar que en 1993 algunos asesores económicos exclamarán, “después de todo, quizá Marx tenía razón”; sin embargo el retorno al realismo tiene que superar dos obstáculos. El primero, que el sistema no tiene ninguna amenaza política creíble como en su momento parecían ser el comunismo y la existencia de la Unión Soviética o de un modo distinto la conquista nazi de Alemania. Estas amenazas, como este libro ha intentado demostrar, proporcionaron al capitalismo el incentivo para reformarse. El hundimiento de la Unión Soviética, el declive y la fragmentación de la clase obrera y de su movimiento, la insignificancia militar del Tercer Mundo en el terreno de la guerra convencional, así como la reducción en los países desarrollados de los verdaderamente pobres, una sub-clase minoritaria, fueron en su conjunto causa de que disminuyese el incentivo para la reforma. Con todo el auge de los movimientos ultraderechistas y el inesperado aumento del apoyo a los herederos del antiguo régimen en los países antiguamente comunistas, fueron señales de advertencia y a principios de los años 90 eran vistas como tales. El segundo obstáculo era el mismo proceso de globalización reforzado por el mantenimiento de los mecanismos nacionales para proteger a las víctimas de la economía de libre mercado global frente a los costes sociales de los que orgullosamente se describía como el sistema de creación de riqueza que todo el mundo considera como el más efectivo que la humanidad ha imaginado.-
Porque como él mismo editorial del Financial Time llegó a emitir “sigue siendo sin embargo una fuerza imperfecta casi 2/3 de la población mundial han obtenido muy poco o ningún beneficio de este rápido crecimiento económico en el mundo desarrollado; el cuartil más bajo de los asalariados ha experimentado más bien un aumento que un descenso”.
A medida que se aproximaba el milenio se vio cada vez más claro que la tarea principal de la época no era la de recrearse contemplando el cadáver del comunismo soviético, sino más bien la de reconsiderar los defectos intrínsecos del capitalismo: qué cambios en el sistema mundial serían necesarios para eliminar estos defectos, seguiría siendo el mismo sistema después de haberlos eliminado? ya que como había observado Joseph Shumpeter a propósito de las fluctuaciones cíclicas de la economía capitalista: “Estas fluctuaciones no son como las amígdalas, órganos aislados que pueden tratarse por separado, sino como los latidos del corazón, parte de la esencia del organismo que los pone de manifiesto.”
Así un diplomático de Singapur argumentaba que los países en vías de desarrollo, harían bien en posponer la democracia, pero que cuando está llegase sería menos permisiva que la democracia de tipo occidental y más autoritaria, poniendo más énfasis en el bien común que los derechos individuales que tendría un solo partido dominante y casi siempre una burocracia centralizada y un estado fuerte.
Distribución social o crecimiento?: si estas décadas la década del 80 y el 90 demostraron algo, fue el principal problema del mundo y por supuesto del mundo desarrollado, que no era cómo multiplicar la riqueza de las naciones sino cómo distribuirla en beneficio de sus habitantes y esto fue así, incluso en los países pobres en desarrollo que necesitaban un mayor crecimiento económico. En Brasil, un monumento de desidia social, el PBI per cápita de 1939 era casi dos veces y medio superior al de Sri Lanka y más de 6 veces mayor a fines de los 80. En Sri Lanka, país que hasta fines de los 70 subvencionó los alimentos y proporcionaba educación y asistencia sanitaria gratuita, el recién nacido medio tenía una esperanza de vida varios años mayor que la de un recién nacido brasileño; y la tasa de mortalidad infantil era la mitad de la tasa brasileña en 1969 y 1/3 de ella en 1989.
En 1989 el porcentaje de analfabetismo era casi dos veces superior en Brasil que en la isla asiática.
La distribución social y no el crecimiento es lo que dominará las políticas del nuevo milenio. Para detener la inminente crisis ecológica es imprescindible que el mercado no se ocupe de asignar los recursos o al menos que se limiten tajantemente las asignaciones del mercado. De una manera o de otra, el destino de la humanidad en el nuevo milenio dependerá de la restauración de las autoridades públicas.
Gobernar contra el pueblo: contra lo que pudiera parecer, el siglo 20 mostró que se puede gobernar contra todo el pueblo por algún tiempo y contra una parte del pueblo todo el tiempo, pero no contra todo el pueblo todo el tiempo. Es verdad que esto no puede servir de consuelo para las minorías permanentemente oprimidas o para los pueblos que han sufrido durante una generación o más una opresión prácticamente universal; sin embargo, todo esto no responde a la pregunta de cómo debería ser la relación entre quienes toman las decisiones y sus pueblos, pone simplemente de manifiesto la dificultad de la respuesta.
Las políticas de las autoridades deberían tomar en cuenta lo que el pueblo, o, al menos la mayoría de los ciudadanos, quiere o rechaza, aún en el caso de que su propósito no sea el de reflejar los deseos del pueblo. Al mismo tiempo, no pueden gobernar basándose simplemente en las consultas populares. Por otra parte las decisiones impopulares se pueden imponer con mayor facilidad a los grupos de poder que a las masas, es bastante más fácil imponer normas obligatorias sobre las emisiones de gases a unos cuántos fabricantes de automóviles que persuadir a millones de motoristas para que reduzcan a la mitad su consumo de carburante. Todos los gobiernos europeos descubrieron que el resultado de dejar el futuro de la Unión Europea al arbitrio del voto popular era desfavorable, o en el mejor de los casos impredecibles.
Todo observador serio sabe que muchas de las decisiones políticas que deberán tomarse a principios del siglo 21 serán probablemente impopulares; quizá sea otra época relajante de prosperidad y mejora, similar a la edad de oro, suavizaría la actitud de los ciudadanos pero no es previsible que se produzca un retorno a los años 60 y a la relajación de las inseguridades y tensiones sociales culturales propias de las décadas de crisis.
Si como es probable el sufragio universal sigue siendo la regla general parecen existir dos opciones principales: en los casos donde la toma de decisiones sigue siendo competencia política, soslayará cada vez más el proceso electoral o mejor dicho, el control constante del Gobierno inseparable de él. Las autoridades que habrán de ser elegidas tenderán cada vez más como los pulpos a ocultarse tras nubes de ofuscación para confundir a sus electores. La otra opción sería recrear el tipo de consenso que permite a las autoridades mantener una sustancial libertad de acción, al menos mientras el grueso de los ciudadanos no tenga demasiados motivos de descontento. Este modelo político, la “democracia plebiscitaria”, mediante la cual se elige a un Salvador del pueblo o a un régimen que salve la nación, se implantó ya a mediados del siglo 19 con Napoleón III; un régimen semejante puede llegar al poder constitucional o inconstitucionalmente, pero si es ratificado por una elección razonablemente honesta con la posibilidad de elegir candidatos rivales y algún margen para la oposición, satisface los criterios de legitimidad democrática de fin de siglo. Pero sin embargo no ofrece ninguna perspectiva alentadora para el futuro de la democracia parlamentaria de tipo liberal.