Poseer libros perturba el ánimo y lo disipa (distringit librorum multitudo).° Según Séneca, los volúmenes que contenía la Biblioteca de Alejandría —cerca del millón cuando escribía sus Cartas a Lucilio (siglo 1 d. C.) – bien merecían arder, puesto que su acumulación solo servía para mostrar el poder fastuoso de sus propietarios y en nada contribuía a la sabiduría de sus lectores.

Luciano de Samósata, alrededor del siglo il, recogió el testigo senequista y dirigió su afilado verbo satírico contra todos los bibliómanos ignorantes que acumulaban en sus bibliotecas libros y más libros, y que podían pasar días enteros discurriendo sobre sus más variados aspectos materiales —la encuadernación, la caligrafía del copista, los decorados de las cubiertas-, todo menos hablar del contenido, que consideraban innecesario leer.10
La acumulación de los libros también preocupa en la tradición bíblica.

Aunque existe una larga tradición que teoriza sobre el arte de recabar extractos —desde Aristóteles hasta Niklas Luhmann, pasando por Cicerón, Boecio, Erasmo y Lo-cke—, su continuidad queda ilustrada por la referencia constante a ciertas metáforas que describen el procedimiento de los compiladores. Tal vez sea la metáfora del lector-abeja acuñada por Séneca-  la que haya conocido una mayor fortuna.»

Repetida en los paratextos de buena parte de las compilaciones de fragmentos que se han conservado, esta metáfora funciona como emblema de quien practica la anotación:
Debemos imitar a las abejas que vagan de un sitio a otro y escogen las flores más apropiadas para elaborar la miel: las cosas cuidadosamente recolectadas se conservan mejor.

Después, aplicando la atención y la facultad de nuestro ingenio, fundamos en un sabor único todas aquellas diversas libaciones, de manera que, aunque se vea de dónde se tomaron, se demuestre asimismo que tienen un ser diferente del que allí tenían.

No es necesario conservar todo lo que se lee, afirma Séneca. Más bien hay que saber distinguir aquello que puede ser útil en un futuro de aquello que es mejor olvidar. Como si fuéramos abejas, tenemos que dirigirnos a los textos en busca de las mejores flores, aquellas que producirán un polen de mejor calidad. Una vez recolectados, los frutos de la lectura han de ser clasificados de tal modo que sean accesibles sin dificultad. Ahora bien, el producto final de la lectura no consiste en la mera acumulación de extractos, sino que, desplegando toda la industria, toda la fuerza inventiva de nuestro espíritu, tenemos que refinar los frutos recolectados hasta obtener una sustancia única y singular.

65 Aristóteles, Tópicos, en Tratados de lógica, Órganon (trad. Miguel
Candel Sanmartín), 1982, p. 110.
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