SEROTONINA, de Michel Houllebecq

 

Leido en 2019

 

Ingleses racistas: sufrí, en concreto, algunos desaires de jubilados ingleses (lo cual no era grave, un inglés nunca va acogerte bien,  el inglés es casi tan racista como el japonés, el cual constituye en cierto modo una versión atenuada),  pero también de los holandeses,  que obviamente no me rechazaban por xenofobia ¿como podría ser xenófobo un holandés, si hay una contradicción en los términos?, (Holanda no es un país, es a lo sumo una empresa) sino porque me negaron el acceso a su universo senil.

 

La japonesa y el alcohol: yo no podía ignorar el hecho de que para una japonesa (según todo lo que había podido observar de la mentalidad de ese pueblo),  acostarse con un occidental es casi como copular con un animal.

Los japoneses e incluso más en general los asiáticos, soportan muy mal el alcohol a causa de que les funciona mal el aldehído deshidrogenasa dos,  que realiza la transformación del etanol en ácido acético. En menos de 5 minutos se sumergiría en un atontamiento etílico, yo ya había hecho la prueba. Bastaría con abrir la ventana y transportar su cuerpo, (pesaba menos de 50 kg,, más o menos el mismo peso que sus maletas), no me costaría mucho arrastrarla y 29 pisos no perdonan.

 

Los productos de belleza femenina: lo había planeado para llenar hasta los bordes cada uno de sus armarios,  es realmente alucinante la cantidad de objetos para ella indispensables para mantener su condición femenina.  Las mujeres suelen ignorarlo, pero es algo que desagrada a los hombres, que los asquea,  e incluso que acaba por darle la sensación de que han adquirido un producto adulterado, cuya belleza solo consigue mantenerse gracias a artificios infinitos,  artificios que pronto, sea cual sea la indulgencia inicial que pueda manifestar un macho por las catalogadas imperfecciones femeninas,  acaban  considerando inmorales. Y obvio, había podido darme cuenta durante nuestras vacaciones juntos,  del hecho de que Yuzu pasaba un tiempo increíble en el cuarto de baño; había calculado que entre las 5:00 h de la mañana, luego alrededor del mediodía, el arreglo un poco más sumario a media tarde y el ceremonial interminable y exasperante de su baño vespertino, (un día me había confesado que usaba 18 cremas y lociones diferentes) consagraba a arreglarse 6 horas al día, lo cual era aún más desagradable porque no todas las mujeres eran así. Había ejemplos de lo contrario, y me acometió una punzada desgarradora de tristeza al recordar a la del pelo castaño de El Alquián, su minúsculo equipaje,  algunas mujeres dan la impresión de ser más naturales, de estar más naturalmente en consonancia con el mundo.

 

La generosidad y las putas, la grandeza:  en el fondo yo apenas creía en la Yuzu puta.  Había frecuentado a muchas, ya fuera solo o con las mujeres con las que había convivido,  y ella carecía de la calidad esencial de ese maravilloso oficio:  la generosidad.  Una puta no elige a sus clientes, ese es el principio, el axioma,  proporciona placer a todos sin distinción,  es la vía por la que llega a la grandeza.

 

La madurez y los amigos de la juventud: los años de estudiantes son los únicos felices, los únicos en los que el porvenir parece despejado, en que todo parece posible. Después la vida adulta, la vida profesional no es más que un lento y progresivo estancamiento; sin duda por eso las amistades de la juventud, las  entabladas durante los años de estudio – y que en el fondo son las únicas verdaderas – nunca sobreviven a la entrada en la madurez. Evitamos volver a ver a los amigos de juventud para no confrontarnos con los testigos de nuestras esperanzas frustradas, con la evidencia de nuestro propio aplastamiento.

La visita a Aymeric fue un error; durante dos días lograríamos comportarnos. Después de comer,  puso el disco del concierto en vivo de Jimmy Hendrix en la isla de Wight,  no era desde luego su mejor concierto pero era el último (menos de dos semanas antes de su muerte),  indica que el retorno al pasado molestaba ligeramente a Cecile,  seguramente por aquella época ella no era nada grunge,  se la veía más bien versallesca,  bueno una versallesca moderada, un poco tradicional sin ser integrista.  Me di cuenta que se había casado dentro de su entorno,  en definitiva lo más frecuente,  y lo que en principio da mejor resultado, al menos era lo que había oído decir;  el problema en mi caso es que yo no tenía entorno, un entorno preciso.

 

Saber vivir: para mí el nuevo estilo de vida es, que Camille tenía ideas sobre la manera de vivir: la colocabas en una pequeña localidad normanda perdida en medio del campo, y ella veía enseguida el modo de sacar el mayor partido del lugar.  Los hombres en general no saben vivir, no tienen ninguna familiaridad real con la vida, nunca se sienten en ella totalmente a gusto, por eso persiguen diferentes proyectos más o menos ambiciosos o más o menos grandiosos,  depende claro está.  Fracasan y llegan a la conclusión de que habría sido mejor simplemente dedicarse a vivir,  pero suele ser demasiado tarde.

 

La desdicha de la gente: está claro que no se puede hacer nada con la vida de la gente,  me decía. Ni la amistad ni la compasión ni la psicología ni la comprensión de las situaciones tienen la menor utilidad.  La gente se fabrica ella misma los mecanismos de su desdicha, le da cuerda y luego el mecanismo sigue girando, ineluctable, con algunos fallos, algunas debilidades cuando la enfermedad interviene, pero sigue girando hasta el final, hasta el último segundo.

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