OPPENHEIMER PROMETEO AMERICANO
por KEY BIRD & MARTIN J. SHERWIN

LEIDO EN 2024
Quiero a este país: Su amigo George Kennan comentaba que en los días oscuros de principios de los años 50, cuando los problemas se le agolpaban por todas partes y se vio en el centro de la controversia, presionado, «le señalé el hecho de que sería bienvenido en un centenar de centros académicos de cualquier parte del mundo, y le pregunté si no había pensado irse a vivir a otro lugar. Me respondió con lágrimas en los ojos: “Joder, pero es que quiero en este país”.
Tradición judía: su certificado de nacimiento reza “Julius Robert Oppenheimer “, lo cual demuestra que Julius quiso que su hijo se llamara como él. Este dato no tendría ninguna importancia si no fuera porque llamar a un recién nacido con el nombre de un pariente vivo, va en contra de la tradición judía europea. En cualquier caso, al niño siempre lo llamaron Robert y, curiosamente, él a su vez siempre afirmaba que la primera inicial no significaba nada. Por lo visto, las tradiciones judías no tenían ninguna importancia en casa de los Oppenheimer.
Psiquiatra menos capacitado que él: un día de junio en 1926, Robert se pasó por el alojamiento en su amig, John Edsall, y le dijo que su psiquiatra, el Doctor M., ha decidido que no tiene ningún sentido seguir con la terapia.
Tiempo después Herbert Smith se encontró con uno de sus amigos psiquiatras en Nueva York que conocía el caso. Este declaró que Robert montó un espectáculo indignante al psiquiatra de Cambridge. El problema es que el psiquiatra debe estar más capacitado que la persona sometida a análisis. No tienen a nadie.
El judío Max Born: en cuanto presidente del Departamento de Física, el profesor Max Born alimentó el trabajo de Heisenberg, Eugene Wigner, Wolfgang Pauli y Enrico Fermi. Y fue él quien en 1924 acuñó el término “mecánica cuántica”, y también quien propuso que el azar determina el resultado de las interacciones. En el mundo cuántico, en 1954 se le concedería el Premio Nobel de Física. Según sus estudiantes, no era frecuente encontrar a un profesor tan cálido y paciente como el pacifista y judío Born. Era el mentor ideal para un estudiante joven y con un temperamento tan delicado como el de Robert Oppenheimer.
Friedrich Houtermans: como Roberto O., Fritz Houtermans había ido a Gotinga respaldado por el dinero de su familia. Rra hijo de un banquero holandés y su madre era alemana y medio judía, un dato que Houtermans no tenía ningún miedo en proclamar. Desdeñoso con la autoridad y armado con un ingenio peligroso, se lo pasaba bien diciendo a sus amigos gentiles: “cuando vuestros antepasados aún vivían en los árboles los míos ya estaban falsificando cheques!” , En Viena, de adolescente, lo habían expulsado del Gymnasium (El Instituto), por leer en público el Manifiesto Comunista un 1 de Mayo. Oppenheimer y él tenían la misma edad y los dos obtendrían el doctorado en 1927. También compartían la pasión por la literatura, y el destino dispuso que tiempo después, ambos trabajarán en el desarrollo de la bomba atómica, pero Houtermans en y para Alemania…
La tradición judía y el peligro de su desconocimiento: Isidor Rabi fue otro estudiante que pasó mucho tiempo con Robert Oppenheimer. Se conocieron en Leipzig y viajaron juntos hasta Zúrich; Rabi era 6 años mayor que Robert y también había crecido en la ciudad de Nueva York, pero su infancia había sido muy distinta a la vida dorada de la que Robert había disfrutado. Su padre había sido obrero y tenía una familia de pocos recursos.
Rabi no se sentía incómodo con su condición de judío, incluso en la Alemania de aquellos años de antisemitismo enconado, siempre se presentaba como judío austriaco, precisamente porque sabía que el estereotipo de judío austriaco era el más detestado. En cambio Robert nunca revelaba su identidad judía. Décadas más tarde, Rabi creía saber porqué:
“Oppenheimer era judío pero deseaba no serlo y trataba de aparentar que no lo era; la tradición judía, aunque no la conozcas en detalle, es tan fuerte que corres peligro si renuncias a ella. No quiere decir que tengas que ser ortodoxo, ni siquiera practicante, pero si has nacido en ella y le das la espalda vas a tener problemas”
Rabi conjeturó más tarde que Robert nunca llegó a tener una personalidad íntegra. “Pasa algunas veces, a muchas personas, pero quizá más a menudo a judíos brillantes debido a su situación. Poseen aptitudes increíbles en todos los aspectos y se les hace difícil escoger. El lo quería todo; «me recordaba mucho un amigo de mi infancia que ahora es abogado del que alguien dijo: le gustaría ser el presidente de los Caballeros de Colón y también de los B´nai Brith (hijos de la alianza). Dios sabe que no soy la persona más simple del mundo pero al lado de Oppenheimer, soy muy muy simple.” Rabi quería a Robert pero no se mordía la lengua si le tenía que decir a los amigos, solo para provocar: “Oppenheimer un niño mimado, un judío rico y malcriado en Nueva York.”
La física cuántica: aunque para el ciudadano medio la física cuántica sea ininteligible y suene extraña, es cierto que explica nuestro mundo material. Como observó el físico Richard Feynman, “la mecánica cuántica describe el mundo natural como algo absurdo desde el punto de vista del sentido común, pero es coherente con la experimentación así que espero que puedan aceptar la naturaleza tal como es: absurda” La mecánica cuántica parece estudiar lo que no existe y que no obstante se demuestra verdadero: funciona.
En las décadas que siguieron, la física cuántica abriría las puertas a un gran número de invenciones prácticas que definen la era digital actual; entre ellas se encuentran los ordenadores personales, la energía nuclear, la ingeniería genética y la tecnología láser, que nos proporciona productos de consumo como el CD y el lector de código de barras que se usan en el supermercado. Si bien el joven Oppenheimer amaba la mecánica cuántica por la mera belleza de sus abstracciones, era una teoría que no tardaría en revolucionar la manera en que los seres humanos se relacionan con el mundo.
Comunistas en USA: en total en la década de 1930, unos 250.000 estadounidenses estuvieron afiliados al Partido Comunista de Estados Unidos, al menos durante un período corto.
Creencias en los años 30: los últimos años de la década de 1930 fueron tiempos de inocencia: “nos alentaba una cándida fe en la eficiencia de la razón y la persuasión en la ejecución de los procesos democráticos y en el triunfo último de la justicia”, contaba Haakon Chevalier, íntimo amigo de Robert O, en sus memorias. Hombre de mentalidad similar, como Oppenheimer, creían que en el resto del mundo, la República española triunfaría sobre los vientos de la Europa fascista, y que en Estados Unidos las reformas del New Deal estaban abriendo camino al nuevo pacto social, basado en la igualdad de raza y clase, muchos intelectuales albergaban tales esperanzas y algunos también se unieron al Partido Comunista.
Trabajo en equipo: construir una bomba requería más de ingeniería que de física teórica. No obstante, al director Oppenheimer se le daba muy bien guiar a sus científicos para que superarán los escollos relativos a la técnica y a la ingeniería, igual que en Berkeley había sabido estimular a los alumnos para que alcanzaran nuevos conocimientos. “Lo habríamos conseguido sin él – diría Hans Bethe al cabo del tiempo- pero desde luego nos habría costado más esfuerzo y más tiempo y nos habría faltado entusiasmo. Fue una experiencia inolvidable para todos los miembros del equipo. Había más laboratorios de alto rendimiento dedicados a fines bélicos, pero en ninguno percibí tanto espíritu de grupo, tantas ganas de recordar aquellos días, tantos sentimientos de que aquella fue la mejor época de nuestra vida. Si esto fue así en Los Álamos, fue sobre todo gracias a Oppenheimer. Era un líder.”
Temores: Szilard, quien era uno de los principales colaboradores de Oppenheimer, decidió escribirle para prevenirlo de que si resultara inevitable una carrera para la producción de bombas atómicas, no puede esperarse que las perspectivas de este país sean buenas. Ante la ausencia de una política clara para evitar semejante situación, Szilard escribió “dudo que sea sensato arrojar bombas atómicas contra Japón y mostrar así nuestras cartas ante la URSS”
Szilard y dos colegas suyos, Walter Bartky de la Universidad de Chicago y Harold Urey de la Universidad de Columbia, el 25 de mayo de 1945 se presentaron en la Casa Blanca donde le dijeron que Truman los enviaba a hablar con James Byrnes, a quien en breve nombrarían Secretario de Estado. Celebraron una reunión con Byrnes y cuando Szilard le explicó que arrojar bombas atómicas contra Japón comportaba el riesgo de que la Unión Soviética se convirtiera en una potencia nuclear, Byrnes lo interrumpió: “el general Groves me ha dicho que no hay uranio en Rusia” no, le contradijo Szilard, en Rusia hay mucho uranio.
Entonces Byrnes dijo que emplear la bomba atómica contra Japón contribuiría a que Rusia retirará sus tropas de Europa del este cuando terminara la guerra. Szilard se quedó estupefacto ante la creencia de que gracias a la bomba Rusia sería más manejable. Bueno repuso Byrnes “usted es húngaro, no querrá que Rusia se quede en Hungría indefinidamente”, este comentario no hizo más que encender a Szilard, que escribió al cabo del tiempo, “a estas alturas yo estaba preocupado por la posibilidad de que provocamos una carrera armamentística entre Estados Unidos y Rusia que terminara con la destrucción de ambos países” y sus sentimientos cuando salió de la reunión fueron que pocas veces se había sentido tan abatido.
Intentos ante los temores a la destrucción nuclear. Informe Franck: un grupo de científicos de Chicago aguijados por Szilard, organizaron un comité informal para hablar de las repercusiones sociales y políticas de la bomba. A principios de junio de 1945 varios de sus miembros redactaron un documento de 12 páginas, que se conoció después como el informe Frank en honor a su presidente, el ganador del Nobel James Franck. La conclusión del informe era que un ataque nuclear sorpresa contra Japón era desaconsejable desde todos los puntos de vista. “Será muy difícil convencer al mundo de que una nación capaz de construir y arrojar sin previo aviso, un arma tan indiscriminada como el misil balístico alemán y un millón de veces más destructiva que éste, sea digna de credibilidad cuando proclame su voluntad de que un acuerdo internacional abola dichas armas”. Los firmantes recomendaban que se llevara a cabo una prueba del artefacto ante representantes de las Naciones Unidas, quizá en un lugar desértico o en una isla deshabitada. Enviaron a Franck con el informe a Washington DC, donde le dijeron que Stimson no estaba en la ciudad, cosa que era falsa. Truman nunca leyó el informe de Franck, pues el Ejército lo confiscó y lo clasificó.
La guerra estaba perdida, Japón estaba dispuesto a rendirse antes de las bombas: en mayo de 1945, basándose en telegramas interceptados, muchos oficiales de alto rango de los Estados Unidos vieron que importantes miembros del Gobierno de Tokio buscaban un modo de concluir la guerra y estaban dispuestos a aceptar en buena medida las condiciones de Washington. El día 28 de mayo, el secretario de Estado en funciones Joseph C. Grew, sostuvo una larga reunión con el presidente Truman y le dijo exactamente lo mismo: lo único que querían conservar los japoneses era el Emperador y la Constitución, pues temían que la rendición incondicional militar supusiera el derrumbamiento del orden y la disciplina.
El 18 de junio, el jefe de Estado Mayor, almirante William Leahy, escribió en su diario: “en el momento presente en mi opinión puede negociarse la rendición de Japón en términos que ellos acepten” y le dijo ese mismo día al presidente Truman que creía que la situación militar enemiga era tan desesperada, que suscitaba la cuestión de si necesitamos la ayuda de Rusia para derrotar al Japón. También le dijo que antes de que se decidiera definitivamente qué hacer, si invadir el archipiélago o si emplear la bomba atómica, deberían tomarse medidas políticas que asegurarán la rendición total de Japón. Habría que asegurar, le dijo, que se le permitiera conservar al emperador y la forma de gobierno que ellos escogieran. “Además , también deberíamos decirle a los japoneses que teníamos un arma terriblemente destructiva y que nos veríamos obligados a emplearla en el caso que no se rindiesen.”
El general Dwight Eisenhower, en el mes de julio de 1945, cuando se enteró de la existencia de la bomba en la Conferencia de Potsdam, le dijo a Stimson que pensaba que no hacía falta emplearla en un ataque porque los japoneses estaban dispuestos a rendirse, y no era necesario lanzarles un ataque con aquella barbaridad.
Truman le había sonsacado a Stalin la promesa de que la Unión Soviética declararía la guerra a Japón el 15 de agosto, hecho que muchos estrategas militares y él mismo consideraban decisivo y si así lo hacían, adiós a los japoneses.
Arrependimiento o depresión de Oppenheimer? : mientras el nombre de Oppenheimer se iba haciendo famoso en todo el planeta, el hombre que se definía como “del lado de los desfavorecidos” se hundía en una depresión profunda. Cuando volvieron a Los Álamos, Kitty, su esposa, le contó a su amiga Jean Bacher “no puedes imaginar lo horrible que ha sido para mí; Robert está totalmente destrozado”: a ésta le impresionó el estado de nervios en que se encontraba Kitty, estaba asustada por lo que pasaría por la atroz reacción que tuvo Robert.
La barbaridad de lo que había sucedido en Hiroshima y en Nagasaki, le afectó profundamente. “Kitty no solía hablar de sus sentimientos – dijo Bacher – y lo único que indicó fue que no sabía cómo iba a soportarlo”. Robert también había compartido su angustia con otras personas quienes manifestaron la tristeza, la decepción y el dolor que sentía.
Oppenheimer vs Truman – enojo: el 25 de octubre de 1945, se reunió Oppenheimer en el despacho oval con el presidente Truman. Este tenía una curiosidad natural por conocer el famoso físico, de quien sabía por la fama que lo precedía que era una figura elocuente y carismática. Truman sostenía que lo primero que se debía hacer con relación a la energía nuclear era definir el problema nacional y luego el internacional. Oppenheimer le respondió, puede que fuera mejor definir primero el problema internacional. Quería decir evidentemente, que lo primero debía ser detener la proliferación de esas armas, estableciendo controles internacionales sobre la tecnología atómica en su conjunto. En un determinado momento de la conversación, Truman le dijo le pidió de improviso que intentará apostar cuando desarrollarían los rusos su propia bomba atómica. Opi contestó que no lo sabía, pero Truman dijo con seguridad que sí conocía la respuesta: “nunca!”.
En algún momento de la conversación, Oppenheimer se retorció las manos nervioso y soltó uno de esos comentarios desafortunados que solía hacer cuando se encontraba bajo presión: “señor presidente, murmuró, siento que tengo las manos manchadas de sangre.”
Esas palabras enfurecieron a Truman, quien luego le relató a uno de sus secretarios: “le contesté que era yo quien tenía sangre en las manos y que ese era mi problema-“ No obstante con los años, el demócrata adorno la historia: según una versión respondió: “no pasa nada, en la colada todo se limpia”; según la otra versión se sacó el pañuelo del bolsillo de la pechera y se lo ofreció a Oppenheimer diciendo, “tome quiere limpiarse las manos?”.
Un silencio incómodo se impuso tras ese intercambio, después Truman se levantó en señal de que la reunión había concluido, se dieron la mano y por lo visto el presidente le dijo “no se preocupe, ya lo solucionaremos y usted nos ayudará.”
Después se lo oyó mascullar a Truman, “las manos manchadas de sangre, qué valor !, no tiene ni la mitad de sangre que tengo yo en las mías, uno no va por ahí lloriqueando”; más tarde le contó a Dean Acheson: “no quiero ver más a ese hijo de puta en este despacho, nunca más” y más adelante describió a Oppenheimer como un científico llorica, que había ido su despacho hacía 5 o 6 meses y se pasó el rato retorciéndose las manos y diciéndome que las tenía manchadas de sangre porque había descubierta la Energía Atómica.
Truman, un hombre vulgar: la interacción entre Truman y los científicos nunca fueron de mucho nivel. A muchos le dio la impresión de que era un hombre corto de miras, que estaba en una posición muy por encima de sus posibilidades. No tenía imaginación dijo isidor Rabi, y los científicos no eran los únicos que lo pensaban. Incluso un abogado avezado de Wall Street, como John McCloy que sirvió a Truman durante un período breve como Vicesecretario de Guerra, anotó en su diario que “el presidente era simple, propenso a tomar decisiones deprisa y con firmeza, quizá demasiado deprisa; un estadounidense genuino. No fue un gran presidente, no era nada distinguido, no tenía nada de Lincoln sino que era un hombre instintivo, vulgar y campechano”.
Hombres tan distintos entre sí, como era McCloy, Rabi y Oppenheimer pensaban que los impulsos de Truman, en particular en el campo de la diplomacia nuclear, no eran mesurados ni sensatos, y por desgracia no estaban a la altura para enfrentarse al reto que planteaba la nación y al mundo en ese momento.
Oppenheimer y Einstein: Oppenheimer disfrutaba de la compañía de Einstein; una noche de principios de 1948 lo invitó a él y a David Lilienthal a Olden Manor. (la casa donde vivía Opi) Éste se sentó al lado del alemán y lo observó escuchar serio y atento – a veces con una risita y arrugas alrededor de los ojos – como Robert Oppenheimer describía a los neutrinos, como “esas criaturas” y la belleza de la física. A Robert le seguía gustando ofrecer regalos suntuosos. Sabía que Einstein adoraba la música clásica y también que su radio no captaba la señal de Nueva York de los programas de concierto que se celebraban en el Carnegie Hall, de modo que hizo instalar una antena en el tejado de la modesta casa del alemán, en la calle Mercer número 112, a escondidas de él. Y para su cumpleaños, Robert se presentó en su puerta con una radio nueva y le propuso que escucharan un concierto. Einstein se quedó encantado.
Los científicos en contra del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón: a principio de 1948, la revista Time sacó un artículo corto sobre un ensayo que Oppenheimer había publicado hacía poco en Technologic Review : “la semana pasada, el doctor Robert Oppenheimer reconoció con franqueza que la ciencia alberga un sentimiento de culpa, rezaba el artículo, y citaba al director del laboratorio de Los Álamos en un sentido tan crudo que ni la vulgaridad ni el humor ni la exageración pueden eliminar: los físicos han conocido el pecado y ese es un conocimiento que no pueden perder.”
Percy Bridgman, el antiguo profesor de Oppenheimer de Harvard, dijo a un periodista: “los científicos no son responsables de lo que existe en la naturaleza. Si hay alguien que debería sentir que ha pecado, ese es Dios. Él puso todo lo que existe aquí”.
Oppenheimer no era por supuesto el único científico que se sentía de esa manera. Aquel año, Patrick Blackett, su antiguo profesor de Cambridge, publicó “Military and Political Consequences of Atomic Energy” , la primera crítica en toda regla a la decisión de lanzar las bombas en Japón. En agosto de 1945, decía Blackett, los japoneses estaban virtualmente derrotados, y las armas atómicas se habían usado en realidad para prevenir que en la posguerra los soviéticos no ocupase el Japón. “Uno puede imaginar, – escribió Blackett- la prisa con la que llevaron por el Pacífico las dos bombas, las únicas existentes, para lanzarlas en Hiroshima y Nagasaki en el momento preciso, el justo para asegurarse que el Gobierno japonés se rindiese únicamente ante las fuerzas estadounidenses. El lanzamiento de las bombas no fue tanto el último acto militar de la Segunda Guerra Mundial, como la primera gran operación de la guerra diplomática y fría que se desarrolló a partir de ese momento contra Rusia.!»
Stalin no quería una nueva guerra: George Kennan, funcionario de la administración Truman, coincidía en muchos temas con Oppenheimer, cuando se planteo el debate sobre la conveniencia de fabricar la bomba H. A lo largo de 1949 y 1950, Kennan y Oppenheimer forjaron una amistad basada en el respeto mutuo y en la educación.
Kennan consideraba al régimen de Stalin como una tiranía reprobable, pero no tenía el dictador por temerario. Sin duda, éste estaba determinado a defender su imperio interno, pero eso no quería decir que tuviera la intención de librar una guerra de conquista contra los aliados occidentales, guerra que amenazaría inevitablemente la estabilidad del régimen soviético. Stalin sabía que un conflicto contra Occidente podría suponer la ruina a la Unión Soviética. “Estaba del todo convencido – dijo Kennan – de que estaban hartos de guerras. Stalin nunca quiso otra gran guerra.”
Desde la caída del imperio soviético, los documentos encontrados en los archivos han inducido a muchos historiadores a repensar premisas básicas relacionadas con los albores de la Guerra Fría. “Los archivos del enemigo”, como los ha llamado el historiador Melvin Leffler, demuestran que los soviéticos no tenían planes preconcebidos para hacer comunista a la Alemania Oriental, ni para apoyar a los comunistas chinos, ni para desatar una guerra en Corea. Stalin no contaba con ningún plan maestro para Alemania y deseaba evitar el conflicto militar con los Estados Unidos.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el dictador redujo el volumen del Ejército Rojo, que pasó de tener 11.356.000 militares en mayo de 1945, a 2.874.000 en junio de 1947, lo cual indica que incluso bajo su mando, la Unión Soviética no tuvo ni la capacidad ni la intención de iniciar ninguna ofensiva. George Kennan escribiría más adelante, que nunca creyó que a los soviéticos les interesara invadir militarmente a Europa occidental, ni que en general hubieran iniciado ningún ataque contra ella, incluso si no hubiera existido la llamada “disuasión nuclear”.-
Discurso de Oppenheimer en 1953: el 17 de febrero de 1953, Oppenheimer dio un discurso en Nueva York, según algunos historiadores, con el consentimiento del presidente, aunque seguro que sabía que levantaría la ira de sus enemigos políticos de Washington. Como audiencia escogió a los miembros del Consejo de Relaciones Exteriores, reunidos a puertas cerradas. Presentado por su buen amigo David Lihehental, Oppenheimer empezó por señalar que había titulado la charla “Armas atómicas y política estadounidense”.
Fue un discurso extraordinariamente perspicaz y atrevido; repitió una y otra vez que no le estaba permitido hablar de los hechos esenciales y después, como un sacerdote brahmán investido de conocimiento iniciado, reveló el secreto más fundamental de todos: que ningún país podía esperar una guerra nuclear en ningún sentido. En el futuro próximo, dijo, “podemos anticipar una situación en la que las dos grandes potencias estarán cada una en posición de terminar con la civilización y la vida de la otra, pero arriesgando las suyas propias”. Entonces en un giro escalofriante que sobresaltó a todos los oyentes, añadió en voz baja: “se nos podría comparar con dos escorpiones encerrados en una botella, cada uno capaz de matar al otro, pero solo a riesgo de perder la propia vida.” Es difícil imaginar un discurso más provocador (en 1953); al fin y al cabo el secretario de Estado de la nueva administración John Foster Dulles, abogaba sin pelos en la lengua por una doctrina de defensa basada en las represalias masivas, y ahí estaba el padre de la era atómica declarando que los supuestos fundamentales de la política de Defensa Nacional estaban impregnados de ignorancia y absurdos.
El científico nuclear más famoso del país hacía un llamamiento al gobierno para que divulgara secretos en materia atómica, preservados con sigilo hasta el momento, y que hablara con sinceridad sobre las consecuencias de una guerra nuclear. Ahí estaba un ciudadano célebre, armado con las credenciales de seguridad más elevadas, denigrando el secretismo que rodeaba los planes bélicos de la nación. Cuando corrió la voz de lo que había dicho entre el funcionariado de la Seguridad Nacional, muchos se quedaron atónitos.
El nuevo presidente Dwight Eisenhower, cuando lo leyó más tarde, le sedujo la idea de la franqueza; como antiguo militar, IKE entendió la vívida representación de que las dos grandes potencias eran como dos escorpiones encerrados en una botella. Además él mostraba un gran escepticismo frente a las armas nucleares y sostenía que las armas nucleares favorecen mucho al bando que ataca con agresividad y por sorpresa. “Esto es algo que Estados Unidos no hará jamás, y te digo que nunca habíamos sufrido este miedo histérico ante ningún país, hasta que las armas atómicas aparecieron en escena”. Más adelante en su mandato, se sentiría obligado a regañar a un panel de consejeros extremistas con un cáustico comentario: “este tipo de guerra que quieren es imposible, no hay suficiente palas mecánicas para sacar los cadáveres de las calles”.
Honestidad, talento y camino zizagueante: en el juicio que se le hizo a puertas cerradas a Oppenheimer por supuesto comunismo, hubo testimonios elocuentes y a veces conmovedores. George Kennan fue muy claro: “con Oppenheimer, afirmó, teníamos una de las mentes más grandes de esta generación de estadounidenses, un hombre así no podría hablar sin honestidad sobre una materia que había exigido a su intelecto mucha atención y responsabilidad; supongo que pedirle a Leonardo da Vinci que deformara dibujo anatómico sería algo parecido a pedirle a Roberto Oppenheimer que hablara sin honestidad.”
Esto provocó que Robb, el fiscal acursador, le preguntara a Kennan en el interrogatorio cruzado, si quería decir que había que aplicar otros criterios cuando se juzgaba a individuos con un don.
Kennan contestó: “creo que la iglesia sabe de eso; si hubiera aplicado a San Francisco los criterios relativos solo a su juventud, a él le habría sido imposible llegar a ser lo que fue más tarde. Son solamente los grandes pecadores quienes se convierten en grandes santos, y en el gobierno puede aplicarse la misma analogía.
Un miembro de la Junta que lo juzgaba, el doctor Waldo Evans, interpretó lo dicho como que todos los individuos con talentos son más o menos unos pirados.
Kennan objetó muy educadamente: “no señor, no diría que son unos pirados, pero sí diría que cuando individuos con talento llegan a tal madurez de juicio que pueden ser valiosos para servir a la comunidad, suele pasar que uno se de cuenta de que el camino por el que han llegado adonde están, no ha sido tan llano como el camino por el que llegan otras personas; puede tener zizagueos de muchos tipos.
Al parecer, de acuerdo con él, el doctor Evans respondió: “creo que la literatura lo confirmará. Me parece que fue Addison y corríjanme si me equivoco, quién dijo “la inteligencia está cerca de la locura aliada con ella y una delgada línea las divide.” Ante eso, el Doctor Evans tomo nota de que “el Doctor Oppenheimer sonríe. El sabe si tengo razón o no. Eso es todo.”
Menos inteligencia y más sabiduría: en alguna ocasión, Oppenheimer habló en público sobre Hiroshima, y lo hizo con una sensación vaga de arrepentimiento. En junio de 1956 dijo en la graduación de la George School, la escuela a la que asistía su hijo Peter, que “el bombardeo de Hiroshima quizá fue un trágico error.”
Los líderes de Estados Unidos – afirmó – perdieron cierto sentido de la moderación cuando lanzaron la bomba atómica en la ciudad japonesa. Unos años después, ofreció una pista de lo que sentí en coincidencia con Max Born, su ex profesor de Gotinga, que había dejado claro que no aprobaba la decisión de Oppenheimer de trabajar en la bomba atómica. “Es satisfactorio haber tenido alumnos tan inteligentes y eficientes, – relató Born en sus memorias – pero ojalá hubiesen mostrado menos inteligencia y más sabiduría.” Oppenheimer escribió: “a lo largo del tiempo he sentido que no aprobabas del todo muchas cosas de las que he hecho , y siempre me ha parecido natural porque es un sentimiento que comparto.”
La crueldad de la indiferencia: conforme ya lo había dicho Proust, Oppenheimer consideraba que la indiferencia ante el sufrimiento que uno causa, es una forma de crueldad terrible y permanente. Lejos de ser indiferente Oppi era muy consciente del sufrimiento que había causado a otros en su vida, y aún así no se permitía sucumbir a la culpa; aceptaba la responsabilidad, nunca había intentado negarla. Sin embargo, desde la Audiencia de Seguridad mediante la cual había perdido sus credenciales de acceso irrestricto a los secretos militares referidos a la energía atómica, parecía que ya no tenía motivación para luchar contra la crueldad de la indiferencia. En ese sentido, Rabi, su amigo, tenía razón: “consiguieron su objetivo, lo mataron.”