LOS MITOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL,
por JEAN LOPEZ Y OLIVIER WIEVIORKA
Leido en 2018
Aportes del Tesoro francés (Vichy) a la Alemania Nazi: Vichy alentó a las empresas francesas a trabajar para el ocupante y multiplicó las concesiones, perpetuando su espejismo de negociación desde una posición de debilidad. Así, el Tesoro francés financió las exportaciones hacia Alemania o empresas francesas pasaron a estar bajo control alemán por medio de simulacros de indemnización que de todas maneras eran pagadas por dinero francés. Francia contribuyó con unos 217.000 millones de euros actuales en el esfuerzo de guerra de Alemania, cuyos éxitos no hicieron más que agravar su sujeción. Estas políticas tendrían repercusiones durante decenios, por ejemplo cuando Francia se vio presionada a firmar un acuerdo con los Estados Unidos para indemnizar a las víctimas de la Shoah, deportados con los trenes de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles de Francia (SNCF por sus siglas en francés), la que por hecho tenía vedado el acceso al mercado norteamericano.
Los judíos entregados en Francia e Italia: el régimen de Vichy protegió a los judíos franceses sacrificando a los judíos extranjeros. Existió un acuerdo que consistió en implicar a la policía francesa en las deportación de los judíos extranjeros, a partir del cual Laval ganó la inmunidad temporaria de los judíos de nacionalidad francesa.
Sin embargo hasta donde se sabe, Vichy nunca emitió una orden prohibiéndole a la policía francesa el arresto de judíos franceses por su identidad étnica o racial. Vichy nunca insistió ante los alemanes para que ningún judío fuese deportado; inclusive el 2 de julio de 1942, Bousquet afirmó que “Vichy no tenía nada contra los arrestos en sí mismo de los judíos”. Por el contrario Finlandia y Bulgaria se negaron terminantemente a deportar a sus ciudadanos, y no sufrieron graves consecuencias por parte de los alemanes.
El resultado fue relativamente exitoso, dado que solo el 25% de los judíos franceses fueron víctimas de la Shoah, un porcentaje que ubica al país en el tercer lugar de las naciones excluidas del horror, detrás de Italia y Dinamarca. Aunque en el caso de Italia después de septiembre de 1943, con la ayuda de las fuerzas de Saló, los alemanes deportaron a los judíos de la mitad norte de Italia. El poco antisemitismo en la población italiana y el grado de asimilación de los judíos en la sociedad italiana, explican que el resultado de la Shoah en Italia haya sido solamente del 16,5% de los judíos entregados.
La poca “resistencia” francesa: la inmensa mayoría de los historiadores estiman que la resistencia francesa, el FTPF por sus siglas en francés, habían infligido duras pérdidas a los alemanes. Es una apreciación errónea, fundada en los comunicados de la Resistencia que ha quedado rotundamente refutada a través del análisis crítico de los archivos policiales ahora desclasificados.
Desde su creación en abril de 1942, los promotores de la FTPF se dedicaron a alabar la eficacia de los partisanos; sin embargo mientras los comunicados de los partisanos consignaban centenares de muertos y heridos alemanes, los servicios de policía, luego de haber procedido a las verificaciones correspondientes en todos los lugares donde se habrían cometido los atentados, contabilizaban muy magros resultados. Los comunicados de los FTPF llevaban la marca de una gran exageración.
Actualmente es posible presentar cifras fiables y evaluar las pérdidas humanas sufridas por el ocupante en los principales conglomerados urbanos de la zona ocupada: entre el 15 de junio de 1941 y el 15 de agosto en 1944, en la región parisina murieron 75 alemanes a manos de la resistencia, incluidos todos los grupos que la integraban; 3 murieron en Nantes entre el primero de junio 1940 y el primero de junio de 1944, en Brest entre junio de 1941 y diciembre de 1943 murió un solo alemán a mano de los resistentes y ninguno en Rennes o en Vannes. 5 alemanes murieron en Ruan y 3 en El Havre en la misma fecha, menos de 10 alemanes fueron asesinados en Burdeos. Los FTPF que respondían al Partido Comunista Francés no habrían podido sacar provecho de sus acciones si no hubieran inflado su magnitud; el objetivo era galvanizar el ánimo de sus combatientes y hacerse valer ante la internacional comunista (el Komintern), ante los británicos y ante los servicios secretos de la Francia Libre.
Plan de batalla japonés: el plan de guerra de Tokio apuntaba a desencadenar una serie de batallas rápidas y decisivas. Sabían que no podía ganar una guerra larga y de degaste por el podría industrial de EE:UU. Tras haber tomado el sudeste asiático con una ofensiva relámpago, los japoneses planearon apoyarse en un arco de bases insulares, y all, en algún lugar de la zona de las Islas Marianas y Carolinas esperar el ataque de la Marina norteamericana, que sin duda abordaría el rescate de las Filipinas. En primer lugar, los submarinos y bombarderos en tierra debilitarían a la flota adversaria en cuanto ésta abandonase sus bases; luego con el adversario ya débil y exangüe, los privarían del control del cielo con una implacable incursión aérea destinada a destruir su escolta naval. Ese es el papel que le tocaba jugar a los seis grandes portaaviones rápidos, y que inspiraba la idea de concentrarlos en una escuadra única. Las fuerzas de asalto o Kido Butai, finalmente llegarían a la confrontación final a cañonazos y torpedos, donde la superioridad cualitativa, velocidad, alcance y calibre de los grupos japoneses de superficie, compensaría de ser necesaria, la superioridad numérica del enemigo.
Todo el material bélico y la formación de las tripulaciones apuntaban a consumar ese plan ideal. Así que los submarinos se interesaban únicamente por los buques militares y se desentendían del tráfico comercial, los aviones estaban pensados para atacar lo más lejos posible sin importar su protección; la perspectiva del gran combate final impulsaba una innovación que privilegiaba sobre todo el alcance y el calibre, lo que dio como resultado el exitoso torpedo tipo 93 pero también el monstruoso y al fin de cuentas inútil acorazado Yamato.
El utilizar la Kido Butai para atacar Pearl Harbour y neutralizar temporalmente los acorazados que se encontraban allí, los japoneses no solo impidieron la gran salida que esperaban de los norteamericanos hacia las Filipinas, sino que también forzaron al enemigo a refugiarse en las armas que le quedaban, portaaviones y submarinos.
Obligado a la defensiva a fines de 1941, “tarántula” Nimitz, agazapado en Pearl Harbour, debió armarse de paciencia y evitar a toda costa confrontarse con la Kido Butai, el aguijón de la avispa de Yamamoto, antes de tejer una red sólida hacia la cual atraerla, la telaraña artera y pegajosa de una guerra de desgaste que la Marina imperial japonesa no tenía la menor chance de ganar.
La debilidad japonesa y sus consecuencias: dada la debilidad patente de la Marina mercante japonesa ya antes de la guerra (58 cargueros en 1941 contra 425 británicos y 389 norteamericanos) el desastre resultaba inevitable.
Doscientos submarinos de la US Navy con una dotación de 16.000 marineros hundieron alrededor de 4,8 millones de toneladas de buque mercantes japoneses (1111 unidades), es decir más de las 3/4 partes del tonelaje bajo pabellón japonés de antes de la guerra. A esto se le agregó medio millón de toneladas de buques militares hundidos (200 unidades de los cuales 8 eran portaviones). Para fines de 1944, a falta de blancos la masacre estaba prácticamente consumada, todo al precio risible de 52 sumergibles perdidos de los cuales solo 24 se perdieron a causa del enemigo. Al final, la avispa zumbadora de diciembre de 1941, había sido solo una molestia de primavera.
Gran error de Hitler al bombardear Inglaterra: La brutalidad y una forma primitiva de pensar, arrastraron una vez más al Fuhrer. Así como había probado la velocidad y la conmoción de la guerra relámpago, sin tener conciencia de todos sus riesgos, Hitler quería poner de rodillas a Gran Bretaña a riesgo de perder tiempo, hombres y material precioso, mientras que ante la perspectiva de una guerra futura hacia el Este, el Reich habría podido tolerar un Imperio Británico aislado y reducido a la impotencia, donde Churchill, cuya posición política era sumamente frágil, podría haber sido vencido por una fracción pro alemana, deseosa de hacer las paces con Berlín y de inscribirse en el nuevo orden europeo.
El normal juego de la democracia británica, podía en efecto resultar favorable a los intereses alemanes. En el mundo político, militar, diplomático, financiero e industrial británico, no faltaban almas bellas que cantaban las loas de los éxitos del Reich y que estimaban que, en el fondo, Alemania podía quedarse con el dominio del continente europeo, mientras que Gran Bretaña conservaría el dominio de los mares y la comunicación con su Imperio.
En efecto, muchos miembros de las élites británicas, consideraban que el racismo alemán tenía algo bueno. Al levantar a los germanos hacia el pináculo, consagraba igualmente a los anglos y a los sajones por encima de todos los inferiores del mundo, fuesen judíos o pueblos colonizados.
Pero al iniciar Hitler y desarrollar la campaña contra Inglaterra, ello tuvo un efecto estrictamente inverso: unió a los británicos detrás de Churchill y a causa de las destrucciones y el número de muertos hizo que cualquier acercamiento con Berlín se volviera imposible.
Más errores de Hitler ahora en Rusia: Uno de los errores clásicos de Hitler, relativos a la estrategia militar, fue su repetida incapacidad para definir un objetivo único y preciso. Numerosos generales alemanes se mostraban inquietos por la dispersión de sus fuerzas, pero sin lograr hacer entrar en razón al Führer, ni siquiera atreverse a decírselo.
Desde junio de 1941, los ejércitos alemanes cargaron principalmente en cuatro direcciones: hacia Leningrado al norte, hacia Moscú en el centro y hacia Ucrania y Crimea en el sur. Esta dispersión, como los proyectiles de una escopeta recortada, tenía la obvia ventaja de barrer todo el frente soviético y sembrar el caos y el pánico por doquier. Pero tenía su contracara: ninguno de los grupos de ejércitos desplegados era lo suficientemente potente como para asestar el golpe definitivo, en este caso sobre Moscú, que en octubre de 1941 fue bien defendida por un contraataque del Ejército Rojo. Un poco de reflexión contrafactual, permite imaginar que una mayor concentración de fuerzas de ataque sobre la capital soviética y menos esfuerzo puesto en el Norte, una zona menos estratégica, sin duda habrían paralizado por un buen tiempo el aparato de defensa soviético al golpear con contundencia su sede política y militar.
El error de no concentrar la fuerza sobre un solo objetivo, se repitió cuando los alemanes reanudaron la campaña en el verano de 1942. La obstinación de Hitler por tomar Stalingrado, ciudad que llevaba el nombre de su enemigo, en vez de concentrar la potencia de fuego alemana sobre Moscú, tuvo consecuencias terribles para el Reich: mientras perdía su Sexto Ejército y más de 600.000 hombres, Moscú seguía estando fuera de su alcance.
Duración de las batallas: Stalingrado se presta más que ninguna otra batalla como un conjunto de proyecciones que la magnifican a un punto tal que rápidamente se convierte en la batalla de las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Su duración de 5 meses fue más larga que cualquier otro combate europeo, solo superada por Guadalcanal en el archipiélago de las islas Salomón con 6 meses y 2 días; la Batalla de Normandía se disputó en dos meses, la de Montecasino en cuatro, la de Kursk duró 10 días como la de Berlín, y la de Moscú menos de 3 meses.
Punto de inflexión en la Segunda Guerra: normalmente es considerada a la batalla de Stalingrado, como el punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial, dado que fue la primera gran derrota de los alemanes. Empero, también hay que considerar que en el Gran Teatro del Pacífico, la Marina japonesa había perdido definitivamente su supremacía en Midway (del 3 al 7 de junio de 1942), 8 meses antes de que el Mariscal de Campo Von Paulus se rindiera en Stalingrado.
En diciembre de 1942, y sin referencia alguna a Stalingrado, el almirante Paul Winaker, agregado naval alemán en Tokio, comunicaba que incluso sus colegas más optimistas ya no creían en una victoria militar. Varios historiadores, entre los cuales se cuenta el eminente Gerald Weinberg, estiman que la ocupación de Madagascar en mayo de 1942 por las fuerzas anglo – norteamericanas, que extienden su dominio al Océano Indico, ya había sellado el destino del Reich y del imperio japonés, al despojarlos de toda esperanza de confluencia y de conducción de una guerra unificada. Para estos historiadores, muy marcados por la tradición naval anglosajona, si debemos tomar en serio el calificativo de Guerra Mundial, el verdadero punto de inflexión de la guerra estaba allí, en esas aguas aparentemente bien alejadas de los campos de batalla de Europa.
Von Manstein, el mejor estratega alemán: luego de la terrible derrota en Stalingrado, cuyo comando había estado a cargo del Mariscal Von Paulus, el mariscal de campo Von Manstein, comandante en jefe del Grupo de Ejércitos del Don logró en Rusia una proeza doble: no solo consigue un ordenamiento digno del Primer Ejército de Panzer, perdido en el fondo del Cáucaso y hacerle recorrer 600 km hasta Ucrania en condiciones meteorológicas dantescas, sino que también logra concentrar en el lugar y en el momento adecuados a las tropas en retirada y a los refuerzos que enviaba el Reich. A partir del 19 de febrero de 1943, en una serie de ataques impresionantes Von Manstein rompe las puntas de los frentes de Voronezh y del sudoeste (Vututine), causa 70.000 pérdidas definitivas, retoma Jarkov y desplaza al adversario 200 km hacia el este, sobre la línea de Mius- Donetsk. El 20 de marzo, el barro de las lluvias primaverales inmoviliza a ambos adversarios en sus posiciones. El comando de guerra alemán respira, el desastre de Stalingrado parece limitado en sus consecuencias operacionales y la Wehrmacht retoma la iniciativa, logrando además un gran ascendente sobre su adversario, que comprende que todavía tiene mucho que progresar en materia de aviación y de manejo de las grandes formaciones blindadas.
El Eje moribundo, el Reich deprimido: y mientras Mussolini presionaba a Hitler para que restableciera el diálogo con Stalin, los finlandeses, los húngaros y los rumanos se ocupaban de tender puentes con los anglo norteamericano. Italia era un polvorín de complots, reuniones secretas y negociaciones que solían quedar abortadas. En el entorno del Rey italiano Víctor Manuel III, e incluso algunos fascistas, comprendieron que había llegado la hora de cambiar de bando.
En cuanto a los japoneses, redoblaron sus presiones, solos o con los italianos, para que Hitler cambiará el rumbo de su política para con la Unión Soviética. En abril de 1943 los soviéticos le otorgaron una visa de tránsito a una delegación militar nipona (¡iba en camino a Berlín!) para convencer a Hitler de dialogar con Stalin. Muy inteligentemente, los japoneses les señalaron a sus interlocutores alemanes otro curso de acción posible, que Hitler si no hubiese sido Hitler, habría podido explorar: manipular el terror provocado por el descubrimiento de las fosas comunes de Katyn para reconfigurar una “pequeña Polonia”, y así sacar provecho del nacionalismo báltico y ucraniano por medio de verdaderas concesiones políticas. La negativa de Hitler llevó a Tokio a replegarse sobre su “esfera de coprosperidad asiática”, y a desdeñar desde entonces las demandas de los alemanes. Sin embargo, si bien el eje resultó gravemente herido en Stalingrado, esa herida recién se infectó con la capitulación de Túnez en mayo 1943, y su muerte recién quedó declarada luego de la doble derrota en julio con la ofensiva de Kursk y del fracaso de la defensa de Sicilia ante el desembarco anglo norteamericano. En ese sentido una vez más la batalla de Stalingrado no fue la decisiva.
Patton y sus errores: conquistar una ciudad, cruzar un curso de agua, recorrer kilómetros son para Patton fines en sí mismo. No es un estratega, sino un coleccionador. Así se obstinó por tomar Metz, que había perdido todo interés militar porque creía erróneamente que nadie había conquistado esa fortaleza después de Atila. En Sicilia vemos el mismo error: luego de un desembarco difícil, en que los germanos- italianos estuvieron muy cerca de empujarlos de nuevo al mar, su Ejército quedó retrasado, Montgomery bloqueado ante la costa oriental y apresurado por abalanzarse sobre Messina, avanzó entonces en los itinerarios previstos para los norteamericanos en el centro del frente, relegándolos a la misión de cobertura del flanco izquierdo británico. Patton se exasperó, no quería ser un actor de reparto. Entonces les ordenó a sus tropas seguir la línea de menor resistencia, a lo largo del litoral occidental, que los condujo hasta Palermo luego de una incursión de 250 km tan espectacular como inútil. Lo decisivo ocurrió al este, cerca del Estrecho de Messina, el cordón umbilical que une Sicilia con la bota italiana.
Al año siguiente, la euforia del avance a través de Francia lo hizo perder cualquier mesura, se imaginaba ganando la guerra él solo en 10 días y embistiendo contra Alemania con apenas 9 divisiones para dejar estupefacto al régimen nazi. Pero semejante acción aislada no tenía sentido y da testimonio y una profunda incomprensión de la dinámica de la guerra moderna, en especial de las capacidades de resiliencia de los ejércitos industriales y de las coacciones logísticas. ¡Frankfurt está a 1000 km de Cherburgo y Berlín a 1500!. A la cabeza de un ejército, Patton alcanzó el techo de sus competencias.
Esta ceguera estratégica se explica principalmente, porque en el pensamiento de Patton, la estrategia era subsidiaria; para él la guerra era solo una competición y el verdadero adversario no era el enemigo sino la unidad vecina. En su cuaderno de notas se llena de preocupación sobre hasta qué punto tal o cual Ejército le roba el centro de atención. El 28 de julio de 1943, le escribió a su subordinado Middleton: “tenemos que tomar Messina antes que los ingleses, haga todo lo que esté a su alcance para ayudarnos a ganar la carrera”. Patton que tocaba su propia partitura, olvidaba la finalidad militar: destruir al Ejército enemigo, y cuando finalmente conquistó la ciudad 3 semanas más tarde, los germanos italianos ya habían evacuado la isla.
A medida que se acercaba el final de la guerra y persuadido de tener un destino manifiesto, Patton se volvió un elemento perturbador inmanejable, especialmente porque su nombramiento a la cabeza de un Ejército, le otorgaba un importante poder de daño. Cuando a fines de agosto de 1944, se enteró de que le restringieron el combustible, le respondió a Bradley, quien le había recordado la necesidad de los otros ejércitos, “que el diablo se lleva el perdedor. que Monty y Hodges se vayan a cagar.” Por otra parte no dudaba en robarle combustible al Ejército vecino; su obsesión por cruzar el Rin lo llevó a pervertir sin escrúpulos la misión que le había confiado Eisenhower, que era servir de distracción para facilitar la operación principal prevista más al norte. Paranoico, estimaba que los planes estratégicos que hacían interactuar a varios ejércitos no eran más que un complot para privarlo de sus laureles. Era incapaz de entenderse con sus superiores o sus colegas; por cierto esa fue una de las razones por las que Eisenhower prefirió a Bradley para comandar las tropas norteamericanas en Normandía y en 1946, aunque juzgaba a Patton como “el comandante de Ejército más brillante en campo abierto que hayan producido nuestros ejércitos”, a la hora de calificar a sus generales recién lo ubicó cuarto detrás de Bradley, Spaatz y Bedell- Smith. Patton era más un condottiere que un general moderno.
Francia se salva del comunismo: las esperanzas de conquista del poder del Partido Comunista Francés eran quiméricas, ya que le faltaba un “pequeño” elemento: la presencia de los soviéticos en el terreno. Eso fue por lo demás, lo que reconocería en noviembre de 1947 el dirigente comunista francés Marcel Cachin al escribir en su diario íntimo: “los yugoslavos se equivocan al reprocharnos no haber hecho la revolución. Stalin dice: sí claro, ellos contaban con el Ejército Rojo.» Si el Ejército Rojo hubiera entrado en París, habría sido como Yugoslavia, esa era la esperanza de la cúpula del PCF.
La “ayuda” de los países ocupados: la industria alemana no siguió la cadencia y no logró de todas formas equipar a las nuevas unidades; la motorización y también la producción de algunos materiales mayores – cañones antitanques, tanques mismos, motores de aviación- marcaron en efecto el paso y la dominación efectuada por el Tercer Reich sobre la industria francesa. Fue absolutamente indispensable para la realización de Barbarroja en particular, los camiones secuestrados que las fábricas francesas seguían produciendo, eran esenciales para el transporte de la logística y para la movilidad de las tropas mecanizadas alemanas.
Sin embargo, no bastaba con el pillaje en regla de los países conquistados. Pasado el invierno de 1941-1942 , el Reich se decidió progresivamente a intensificar su esfuerzo de guerra. No obstante hubo que esperar hasta Stalingrado para que en febrero de 1943, Alemania entrará finalmente en una lógica de movilización general de su población y de su industria. Si esta movilización se volvió cada vez más importante y eficaz, a pesar de múltiples penurias, resultó ser sin embargo demasiado tardía. Y lo fue aún en mayor medida, porque el esfuerzo nunca fue totalmente racionalizado a causa de la estructura misma del Estado Nazi. Hitler, para asegurarse el control absoluto del poder, favoreció el desorden multiplicando las satrapías industriales e instrumentando las querellas entre sus barones, lo que dio como resultado una falta de estandarización de los materiales y la multiplicación de los “ejércitos privados” – como los Waffen SS, pero también divisiones de campaña de la Lutwaffe o del Reichmarshall Herman Goering, quien disponía incluso al final de la guerra de un cuerpo mecanizado que llevaba su nombre- y la negativa obstinada de los industriales alemanes a suministrar a los aliados del Reich los planos de sus materiales, de modo que dejaron a rumanos, húngaros y también a los italianos, combatir con. materiales obsoletos y privaron a la Wehrmacht de posibles capacidades industriales suplementarias.