TIMOTE

De

JOSE PABLO FEINMANN

Leído en 2020

 

Argentina bife de chorizo:  si este país hasta tiene forma de bife de chorizo. Borges,  cuando Pinochet lo condecoró,  le dijo que Chile ostenta la forma de una espada. Tenía razón, pero eso,  entre otros dislates menores,  hizo que al Nobel ni pudiera olerlo.  Argentina,  en cambio padece la escueta y despojada gloria de tener esa forma vacuna,  la del bife de chorizo,  cuando apenas al otro lado de la cordillera de los Andes,  hay un país con forma de espada.
Tacuara, Baxter, Firmenich y Tanco: los de Tacuara son muy jóvenes y muy peligrosos. Pegan duro. Suelen gritar “Mazorca Mazorca , judíos a la horca”, porque la inmigración es el segundo agravio a la patria,  que se llena de tanos,  gallegos y judíos.  La pureza se pierde. El país se continúa traficando es devorado por la chusma ultramarina.  Eso los extravía en una xenofobia de clase alta,  de pendejos fajadores,  del enemigo violento de comunistas y judíos. Julio Menvielle sigue metiendo veneno en sus cabezas.
Por si hiciera falta algo más,  Jordán Bruno Genta. Admiran a Primo de Rivera,  dominan el Sindicato de Derecho. Una noche entran en el bar de la facultad  a mansalva y gritan “¡vivan los generales Valle, Cogorno y Tanco!” revientan a cadenazos  a todo el mundo y hasta muere de un balazo una piba que nada tenía que ver con nada. Que vivan a Valle,  Cogorno y Tanco muestra ya el cercamiento al peronismo.  Pero  ¿qué peronismo quieren?.  Uno tramado entre Genta y Valle?. No hay que comprometer mucho a Fernando (Abal Medina) en todo esto, era muy pibe.  Firmenich,  Ramus, Galimberti,  también.  El fundador de Tacuara es un tipo que se llama Joe Baxter. Alcanza con ver la más difundida de sus fotos para por lo menos no tenerle simpatía.  Te mira con una cara de asco, de  soberbia y desdén, que solo un mal tipo puede componer. Se muere en un viaje en avión. En los 70 él y Galimberti juntos habrían sido demasiado.  Pero de este anti imperialismo fascista,  los  mejores de ellos,  los realmente talentosos (Fernando entre los primeros),  abrían de salir en busca de una ideología más sólida,  alejada del racismo,  diferenciando a la patria de la estancia (algo que el nacionalismo oligárquico nunca hizo),  y buscando el verdadero pueblo entre los obreros,  entre las clases sometidas a la explotación capitalista. En poco tiempo el horizonte es Cuba y hablan  más de Juan Domingo Perón que de Rosas.

 

Mugica y Abal Medina: Fernando Abal Medina habrá de conocer al sacerdote Carlos Mugica.  Todo ahora sí empieza a cambiar. El Movimiento Nacionalista Tacuara se escinde en el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara. Nadie conocía a Carlos Mugica. Mugica ha hermanado a Jesús con la Justicia Social. Es un hombre de ojos claros,  rubión,  estatura mediana, no alto,  inteligente, sensible. La revolución no es para él un atajo para dejar los hábitos.  Cree que Jesús ha venido a traer la espada,  no solo la cruz,  no solo el amor sino el amor que se expresa a través de la lucha. Imagina un Cristo como el que Evita imagina en un texto que él no llegara a conocer,  Mi Mensaje. Le habría gustado leer esta frase: “tenemos que convencernos para siempre, el mundo será de los pueblos, si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo. Quemarnos para poder quemar, sin escuchar la sirena de los mediocres y de los imbéciles que nos hablan de prudencia.  Ellos se olvidan que Cristo dijo,  «fuego he venido a traer sobre la tierra y qué más quiero sino que ardan.” Estas palabras habrían sido un vértigo para Fernando.
Mugica las encarna menos. No le era ajena la decisión esencial del católico revolucionario. La que mejor que nadie, dice Eva “quemarse para poder quemar”. Pero Fernando la encarnaba hasta los confines de su vida.  Era para eso. Se destinó para que eso fuera y eso fue.  Fernando Abal Medina se quemó para poder quemar.  Lo que no buscó en los grandes teóricos del socialismo, se lo entrega  Mugica.  Porque no alcanza con la decisión de quemarse para poder quemar. Hay que saber cómo quemarse y sobre todo que quemar.  Mugica le habla del cura guerrillero Camilo Torres, el colombiano.  Le hablo de la lucha armada, le hace conocer a los Sacerdotes del Tercer Mundo; le habla del peronismo,  de la revolución cubana, le  habla de John William Cooke. Mugica le habla del pueblo y del amor a los desesperados. Le dice que un revolucionario no es un hombre que odia sino un hombre que ama.  Que ama por sobre todas las cosas al pueblo.  Ser revolucionario es amar a los pobres,  optar por los pobres y le dice también algo definitivo: los pobres en nuestro país son peronistas.
Como llega Firmenich: a Firmenich le dicen Manolito,  le dicen Maderita. Muchos creen que muerto Fernando,  muerto Sabino Navarro,  la conducción de Montoneros al caer en sus manos transforma la organización en la Orga.  La Orga, sobre todo a partir de 1974, entre los fierros y la política,  elige los fierros. Ese es el definitivo Firmenich, el conductor fierrero de la Orga que muchos, como Rodolfo Walsh o Juan Gelman, como Oesterheld, como Paco Urondo,  lo hayan descubierto tan tarde persevera como un dato inexplicable,  irritante.  Porque es así:  hasta veces hasta bronca da.
Cacho Rivarola: decía don Acebal, ¡qué mujeres,  que hembras las nuestras!;  que no me jodan con esas flacas porteñas, que ya ni argentinas parecen. Se parecen a cualquier mina de cualquier lugar del mundo. Uno se coge a una y es como cogérselas a todas y a nadie.  Después ni se acuerda dónde la puso. Esto se lo había dicho en una siesta, ahí en La Celma, un amigo del padre de Carlos Ramus,  Cacho Rivarola,  que se recorría el mundo buscando un socavón nuevo,  algo que lo  sorprendiera.  Y nada, “nada don Acebal. Huelen todas igual,  cogen todas igual,  no hay una distinta de la otra.” Lo miró muy fijamente, era un instante fundamental que se avecinaba.   Cacho Rivarola dijo: “don Acebal, hágame un favor,  se lo pido de rodillas: consigame una de sus negras, cualquiera de sus sirvientas,  gorda,  tetona,  sucia, muy puta si es posible,  dígame dónde la tiene y yo voy. En mi última esperanza.” Y  eso que era el Cacho Rivarola, uno de los últimos playboys de la Argentina.

 

Idealistas finos:  Lo que daría por tenerlo aquí a Perón,  dice inesperadamente Aramburu.
Nosotros también,  dice Firmenich.  Si lo secuestramos fue para eso,  para traerlo a Perón
No me interprete mal dice Aramburu; yo digo tenerlo ahora aquí,  entre nosotros,  podríamos hacerle un par de preguntas o dos solamente dos.  Por ejemplo, se detiene;  es visible que busca encontrar la formulación perfecta de las dos preguntas,  no es fácil,  le cuesta tramar la pregunta a sus captores. LLeva horas escuchándolos,  algo ha  aprendido de su lenguaje,  sabe que no son marxistas ni comunistas, son peronistas. Son cristianos y también – y esta faceta lo desconcierta porque a veces le da esperanzas pero otras se la quita por completo – son idealistas. No son mercenarios,  no obedecen a nadie,  no son sicarios de Onganía, ni de Imaz. Eso es impensable. Son demasiado finos,  se los ve cultos. Sus familias han de ser gente honesta,  gente de las clases altas; pero el idealismo y la fuerza secreta de los fanáticos, no hay más grande idealista que un fanático. Nadie como un fanático encarna la certeza, el deber íntimo y la legitimación de matar.
Por ejemplo?  se impacienta  Firmenich.
Ustedes le preguntarían: General, ¿quiere ponerse al frente de una revolución nacional? ¿quiere enfrentar definitivamente a la clase obrera peronista con la oligarquía? ¿quiere romper relaciones con los Estados Unidos?  ¿quiere …?
Son muchas preguntas interrumpe Fernando
Es una sola ¿quiere ponerse al frente de una revolución nacional? Perón  sabría entender qué significa eso
Empezó mal,  no le restituyó el cargo.
Perón y yo nos conocíamos. Yo le decía Perón y el me llamaba Aramburu.
Óigame bien y después hagan lo que quieran: yo, el gorila Aramburu,  no soy ni la mitad de milico que es Perón.  Puede que mi ideología sea más pequeña que la suya,  Perón  es el tipo de milico inteligente,  dio clases en la Escuela de Guerra,  leyó bien a Clausewitz; Perón es más anticomunista que yo muchachos, y el orden le gusta como a todos nosotros, como a todos los militares. Somos hijos del orden y nos educan para defenderlo. Si quieren me creen, si no prepárense para sorprenderse.
Morir en paz: Fernando saca la 9 mm y dice:
– No va a sufrir general,
– No me importa sufrir, lamento perder mi vida.-
– Se terminaron las palabras.
Levanta la pistola y apunta hacia el cuerpo de Aramburu,  a lo sumo un metro escaso lo separa de él.  Aramburu se pone de pie, no solo eso,  al erguirse ofrece su pecho.  Fernando no se sorprende, le habría asombrado algún recurso extremo final por parte de su víctima, algo operístico,  que se quebrara,  que rompiera a llorar, que le pidiera piedad, que le hablara de su familia, que sacara a relucir a algún nieto, alguien a quien su muerte dejará en terrible desconsuelo, en soledad. No,  nada de eso,  el hombre que está frente a él los mira con tristeza,  pero sin temor, su templanza tampoco pareciera provenir de su condición de católico, como si confiara que un Dios bondadoso lo espera en algún lugar en el Universo para otorgarle consuelo,  para cobijarlo junto a él.
Si algo le evita la desesperación, no está en  los Evangelios,  está en él.  Tal vez los hombres no requieren haber sido buenos ni haber sido justos para morir en paz. Alcanza con que crean haberlo sido. Si lo fueran es otra cosa,  alcanza también con que no les importe. Hay hombres que pasan por la vida sin emitir sobre si  juicios morales. Se agotan en la acción.  Es tanto lo que hay que hacer,  que resulta ridículo preguntarse si lo que se hace está bien o mal.  Son los que mejor mueren, la muerte es solo otro hecho de la vida, su única diferencia es que los clausura a todos porque es el último.
¿De dónde entonces proviene la serenidad de Aramburu? difícil saberlo pero arriesguemos algo.  De su fracaso,  el fracaso serena a los hombres,  los alivia, ya no hay riesgos. Sin ilusiones no habrá desengaños,  sin futuro no habrá ansiedades,  sin planes no habrá enemigos. Solo resta la tristeza, la aceptación de un destino aciago y resuelto y nada más.  De aquí que Aramburu mire a Fernando como dijimos que lo hace,  con tristeza pero sin temor.
Aquí proponemos otro punto de vista, no alejado de los anteriores pero enriquecedor.  Aramburu acaba de comprender que su plan era imposible, que él era imposible,  que había despertado muchos odios,  que era responsable de muchas muertes,  que era culpable en muchas conciencias, en el juicio apasionado de demasiados hombres,  culpable directa o indirectamente de todo porque el otro,  Rojas,  se había ganado el mote de torpe,  de bruto.  Él, por desgracia, el de inteligente,  el del sagaz gorila,  el más sagaz de todos,  el que resumía en sí todos los extractos,  todas las muertes porque era el jefe, el que mejor pensaba,  el culpable absoluto.
¿Cómo pretendía ser ahora el garante de la unidad nacional?. Si uno deja a su paso una estela de odio,  en algún momento ese pasado terrible viene por él, a pedirle cuenta.  Eso ha ocurrido ahí, en Timote y en este joven algo alucinado que está por matarlo confluyen quince años de historia, quince  años de errores.  Si es la Historia la que le pega un tiro, ¿Cómo va uno a  llorar, a quebrarse? ¿A quién le va a pedir clemencia?.  La Historia deja a un costado,  atrás,  a quienes en ella se condenaron y sigue su camino.
– Voy a proceder general.
– Aramburu mantiene su posición. Se miran por última vez. Aramburu dice:
– Proceda
Fernando hace fuego,  le dispara al pecho.  No al corazón,  no a la cabeza. Al pecho,  por ahí entra la bala.

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