HOTEL FLORIDA, DE AMANDA VAILL, leído en 2015
El periodista Jay Allen, que estaba de casualidad en Gibraltar cuando se produjo la insurrección, consiguió llegar a Tetúan y entrevistó al General Franco en la residencia del alto comisionado. “No habrá compromiso ni tregua – le dijo el general -. Seguiré preparando mi avance hacia Madrid. Avanzaré, tomaré la capital. Salvaré España del marxismo, cueste lo que cueste”. Eso significa, preguntó Allen, que tendrá que matar a la mitad de España?. El general Franco sacudió la cabeza con una sonrisa escéptica. “Repito, cueste lo que cueste.” Había comenzado la Guerra Civil Española.
Pero justo entonces, en Extremadura, el ejército de Africa ocupó la ciudad amurallada de Badajoz y ametralló a 1800 de sus defensores – hombres y mujeres – en la plaza de toros. Se decía que las manchas de sangre habían llegado a atravesar las paredes. Después de aquello, ya no resultó tan fácil interceder a favor de un sospechoso de simpatías fascistas sin arriesgar la propia vida.
Ya había conseguido contratar a un puñado de aviadores, la mayoría de ellos contrabandistas de alcohol y aventureros que se habían quedado sin trabajo, y consiguió reunir a algunos aviones anticuados, casi todos cazas Dewotine D372 y diminutos bombarderos Potez 54, en los que el mismo llegó a volar como copiloto o como artillero de cola, luciendo un uniforme que había creado especialmente para él la diseñadora Jeanne Lanvin. A pesar de que la escuadrilla tenía la base en Madrid, Malraux vivía entre Paris y Madrid, adonde iba en busca de dinero para comprar más aviones (Paris).
El ejército de Franco cortó la carretera Madrid-Toledo. La noche siguiente, los sublevados cruzaban las antiguas puertas medievales de Toledo. No hicieron prisioneros; hasta las mujeres embarazadas tuvieron que subir a los camiones que las llevaban al cementerio donde iban a ser ejecutadas.
Al final de la cena, Stalin levantó un vaso de vodka: los invitados enmudecieron. “Por el oro español”, dijo el anfitrión, un oro que para los españoles vendría a ser a partir de entonces como las orejas en la cabeza: sabían que estaba allí pero no lo volverían a ver.
La izquierda se sentía ofendida por el libro más famoso de la temporada, el Regreso de la URSS de André Gide, en el cual el sumo sacerdote del marxismo francés contaba su viaje a Rusia, donde había descubierto la mala comida, los pésimos artículos de consumo, la ignorancia y la pasividad de la población, la represión de los artistas y el culto a la personalidad de Stalin; todo ello en un lugar donde hasta entonces Gide había creído que “la utopía se estaba haciendo realidad”.
Había 88.000 soldados italianos luchando en España con los nacionales, y acababa de desembarcar en Málaga y Cadiz un contingente de 12.000 expedicionarios. Además había entre 16.000 y 20.000 combatientes alemanes: todo ese país estaba lleno de carteles que animaban a enrolarse con los voluntarios alemanes que luchaban junto a las tropas de Franco, a cambio de 1000 marcos …
España seguía siendo noticia … Antoine de Saint Exupery … llegó con la intención de escribir una serie de artículos para Paris-Soir. Virginia Cowles … llegó con tres trajes de lana y un abrigo de pieles para cubrir la guerra desde los dos bandos para los periódicos estadounidenses del grupo Hearst. La novelista de Iowa, Josephine Herbst … quería informar sobre lo que le estaba pasando al hombre, o a la mujer, de la calle. El actor Errol Flynn … apareció porque se había propuesto hacer un nebuloso viaje de investigación sobre no se sabía muy bien que hechos. Y por supuesto … estaba Ernest Hemingway, que se dejó caer un día por la sala de prensa del edificio de Telefónica cogido del brazo de una rubia elegantemente vestida.
Guernica: Al día siguiente, a las cuatro y media de la tarde – día de mercado en Guernica – un bombardero alemán Heinkel 111, de la “escuadrilla experimental” de la legión Cóndor voló sobre el centro de la ciudad, lanzó su cargamento de bombas y se alejó de allí. Cuando sonó la sirena que anunciaba el fin del bombardeo, la gente salió de los refugios y fue a socorrer a los heridos. Fue entonces cuando el cielo se pobló de aviones. Primero llegó una escuadrilla entera, que lanzó más bombas, y luego una oleada tras otra de cazas Heinkel 51, que se lanzaban en picado para ametrallar todo lo que se moviese: hombres, mujeres, niños, campesinos, monjas e incluso ganado. Por último, a las cinco y cuarto, aparecieron tres escuadrillas de Junkers 52, que atacaron masivamente la localidad con bombas incendiarias y explosivos antipersonas de diez kilos, siguiendo una técnica que la legión Cóndor había ensayado por primera vez pocas semanas antes, al bombardear las posiciones republicanas en Oviedo.
De pronto España había pasado a ser un experimento en el que se ponía a prueba quien iba a vencer, si el fascismo o el comunismo, y que armas eran mas poderosas, si las del comunismo o las del fascismo; y el resto del mundo observaba con atención ese experimento. O peor aún, aunque las potencias occidentales deseaban que el fascismo saliera debilitado de la contienda, no querían de ningún modo que la ganaran los comunistas y sus protegidos del gobierno republicano, porque eso daría demasiado poder al comunismo.
Las relaciones de Hemingway con la Unión Soviética era lo suficientemente cordiales como para que la KGB lo reclutara como agente especial, en 1941, con el nombre clave de “Argo”, aunque no parece que el nuevo agente llevara a cabo tarea alguna de espionaje.